Mantener la esperanza
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La vida es un viaje que nos proporciona alegría y felicidad, pero acompañado también con una gran ensalada que se adereza con innumerables dificultades, dolores y contratiempos.
Sí, eso es vivir. Algunos consideran la vida una tragicomedia, porque, en ocasiones, nos parece un manjar de dioses, mientras que en otros parece que -como a Orfeo- nos tocó descender a los infiernos.
Sin embargo, aún en esos cruciales momentos de soledad, desamparo o enfermedad es preciso mantener encendida la llama de la esperanza. En efecto, la esperanza es un revolucionario tónico que nos empuja a la acción, porque no se trata de un simple esperar o aguardar, sino de incidir y actuar para que las cosas sucedan.
Aunque no se cuenten con indicios de que las cosas puedan modificarse o realizarse como quisiéramos, hay que confiar y seguir caminando mientras enarbolamos con firmeza el estandarte de la esperanza, a ejemplo de Abraham: “Esperando contra toda esperanza, Abraham creyó y llegó a ser padre de muchas naciones” (Rom 4,18).
Nos han tocado tiempos difíciles: hemos soportado muchos meses de confinamiento; padecido la muerte de innumerables familiares, amigos y conocidos; soportado etapas de angustia, estrés, depresión y desamparo; sobrellevado una desesperada situación económica o lamentado pérdidas laborales y habitacionales.
Con infinita nostalgia recordamos los tiempos en que podíamos salir, relacionarnos, convivir, estrecharnos y abrazarnos, sin embargo, debemos mantener la confianza, certeza y convicción de que estamos sembrando con dolor para cosechar con amor.
Cuando el pueblo de Israel se encontraba todavía cautivo en Babilonia, Dios les dijo a través del profeta Jeremías: “Porque yo sé bien los proyectos que tengo sobre ustedes, proyectos de prosperidad y no de desgracia, de darles un porvenir lleno de esperanza”, (Jer 29,11).
¿Mantengo la esperanza? ¿Conservo intacta mi fe en el porvenir?