Malditos periodistas
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Justo cuando me proponía reflexionar sobre la situación actual del periodismo en México a raíz del cuestionamiento que me hicieron colegas muy estimados en una entrevista reciente, me topo sin querer con una definición tan simple como certera que me viene a resolver el dilema: “Ejercer bien el periodismo significa incomodar”. La frase es de una de las más destacadas periodistas colombianas, Yolanda Ruiz Ceballos, que acaba de presentar un libro suyo precisamente sobre el tema, En el filo de la navaja.
Ruiz Ceballos, la única mujer que ha dirigido las dos principales cadenas noticiosas de radio de su país, que adquirió celebridad como reportera cuando siendo aún novata entrevistó al capo colombiano Pablo Escobar, explicó en una entrevista: “Creo que desde muy joven entendí que este oficio encarna una inmensa responsabilidad social y entiendo que hacerlo bien significa incomodar y no siempre publicar lo que pide el mercado. Cuando dudo, cuando temo, cuando me pierdo, cuando estoy frustrada, me lo recuerdo una y otra vez”.
Todo esto adquiere sentido en nuestro medio, cuando el periodismo es condicionado a motivaciones ideológicas y los periodistas son estigmatizados por no ceñirse a directivas de una supuesta nueva realidad. Cada día más, ser informador en un sentido cabal se convierte en un riesgo que desborda ya el ámbito del ejercicio profesional y linda ya con el de la agresión física, la amenaza y el crimen.
Parece una exageración, o un chiste de mal gusto, pero de seguir así las cosas muy pronto la consigna será “haz patria: mata a un periodista”. Lo terrible es que es eso lo que se está fomentando todos los días.
Porque culpar a quienes asumen su profesión con un sentido de búsqueda incansable y necia de la verdad, como investigación perpetua, de los cada día más graves problemas que aquejan a esta nación, es una invitación prácticamente a su exterminio. Hoy se exige a quienes abrazaron como profesión la independencia, asumirse como militantes de una causa y ponerse la camiseta –o el chaleco– del gobernante.
Todo lo contrario, por cierto, al concepto esencial que tenía Julio Scherer García de sus congéneres: “Tengo la certeza de que no hay hombre más libre que un reportero”.
Y no es cosa de juego, ni de meros insultos y ataques verbales a través de las redes. Han ocurrido ya casos de agresiones físicas a informadores de diversos medios, a los que desde el púlpito presidencial se les llama cotidianamente “chayoteros”, “adversarios”, “vendidos”. Solo falta tildarlos como “malditos”, de plano. El más reciente incidente tuvo lugar el pasado domingo, durante la concentración con motivo del primer aniversario del gobierno actual en el zócalo de la Ciudad de México. Fue apenas un asomo, casi una mera ocurrencia. Pero en realidad debería tomarse como una alerta roja. Aguas.
Esas acusaciones presidenciales contra los reporteros se suman a un clima de censura creciente que se oculta detrás de supuestas medidas contra la corrupción y por la austeridad republicana. La muy justificada reducción de gastos publicitarios oficiales excesivos se utiliza dolosamente como nueva modalidad del viejo “¿te pago para que me pegues?” de José López Portillo.
A la vez que las medidas han provocado despidos inclusive masivos de periodistas en no pocos medios mexicanos, apergollar a esos medios con el suministro interesado de los recursos del Gobierno se convierte en una manera disfrazada de obtener incondicionalidad, quiérase o no. Y los afectados son a final de cuentas –además del público, por supuesto– los trabajadores, sean reporteros, redactores, articulistas o editores, que quedan así a dos fuegos: las limitantes a su libertad de informar impuestas por sus propios medios y la permanente amenaza de quedarse sin trabajo.
Todo esto, por si fuera poco, se da en el contexto de la proliferación y prominencia de las llamadas redes sociales, que a menudo se consideran una alternativa informativa de los medios convencionales. La misma Yolanda Ruiz Ceballos menciona en esa entrevista al respecto que los periodistas deben estar al tanto de los avances de la tecnología y los nuevos medios, en los que hay nuevos lenguajes y formas de informar, porque no se puede cerrar los ojos ante esa realidad.
Sin embargo, aclara la informadora, la esencia del periodismo no cambia. “Hoy todo el mundo puede compartir información o datos, pero solo el periodismo busca la verdad, investiga, contrasta, da contexto, explica y analiza...”
Si nos dejan, como dice la canción de José Alfredo Jiménez.
Concluyo por todo eso que estos no son buenos tiempos para el periodista cabal, ese que entiende que su trabajo consiste en incomodar, como define la periodista colombiana. Triste y preocupante. Válgame.
Sinembargo.mx
@fopinchetti