Madurar en fraternidad

Rodolfo Díaz Fonseca
18 junio 2020

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rfonseca@noroeste.com
@rodolfodiazf

 

El progreso y desarrollo tecnológico han catapultado al ser humano hasta una cima insospechada; la estatura que ha alcanzado supera -con mucho- el don del fuego prometeico. Sin embargo, al igual que el titán mitológico el hombre experimenta multitud de reveses y fracasos que le abren las heridas de su pequeñez y fragilidad.

El filósofo Karl Jaspers, en 1919, señaló que el ser humano experimenta su límite ante situaciones desgarradoras y existenciales, como el sufrimiento, dolor, ancianidad y muerte. Estas situaciones límite, dijo, son las que hicieron nacer el pensamiento filosófico, por lo que no se pueden obviar, disimular, eludir, posponer o rechazar.

El Papa Francisco indicó que el flagelo del coronavirus puso en crisis muchas de nuestras certezas: “Esta pandemia llegó de repente y nos tomó desprevenidos, dejando una gran sensación de desorientación e impotencia… Nos sentimos más pobres y débiles porque hemos experimentado el sentido del límite y la restricción de la libertad”.

Sin embargo, añadió que la herida abierta es mucho más honda: “La pérdida de trabajo, de los afectos más queridos y la falta de las relaciones interpersonales habituales han abierto de golpe horizontes que ya no estábamos acostumbrados a observar. Nuestras riquezas espirituales y materiales fueron puestas en tela de juicio y descubrimos que teníamos miedo”.

No obstante, precisó que esta grave crisis puede ser un momento oportuno de maduración: “Encerrados en el silencio de nuestros hogares, redescubrimos la importancia de la sencillez y de mantener la mirada fija en lo esencial. Hemos madurado la exigencia de una nueva fraternidad, capaz de ayuda recíproca y estima mutua. Este es un tiempo favorable para «volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo”.

¿Aprovecho la crisis para madurar en fraternidad?