Los santos modernos
Hoy es Día de Todos los Santos. No hay festividad más multitudinaria en el santoral que esta, luego de los siempre respetados Fieles Difuntos.
Existe la creencia popular de que, para ser santo es necesario morir apedreado por paganos, encerrarse 20 años en un monasterio o realizar curaciones mágicas.
Sin embargo, teológicamente puede alcanzarse un estado de gracia llevando una vida normal, tan sólo siguiendo el arduo camino que exigen una religión y una conducta ética, además de la fe y la gracia.
Otras religiones tienen sus grados y facetas de santidad. Los musulmanes y los hinduistas, en contraparte, suelen entregarles gran devoción a los santos vivos y hasta se sorprenden de que en Occidente se venere más a los santos fallecidos que a los que andan operando por ahí.
En África, incluso, entre los paganos y cultos animistas, se ve como alguien prominente a un sacerdote, ya que mantienen un respeto algo supersticioso por los llamados “hombres santos”, aunque pertenezcan a otra religión.
Hace tiempo atesoro el libro Diario de un aspirante a santo, del francés Georges Duhamel. Y sí, narra la vida de un tranquilo oficinista, casado con una buena mujer, que decide aspirar a la santidad de manera gradual y sincera.
No voy a narrar todo el libro de Duhamel, pero me llamó la atención la escena en que, creyéndolo ellas dormido, él escucha a su madre y a su esposa hablar con preocupación del anuncio que les hizo días antes, sobre su propósito de búsqueda a la santidad.
A pesar de que son mujeres muy religiosas, semejante proyecto les hace dudar de su cordura. En ese momento, el personaje decide mejor fingir que cambió de parecer y ocultar el diario, pero procura no cejar en sus esfuerzos interiores.
Sus problemas son sencillos, cotidianos, como aquellos que muchos enfrentamos, como el dilema de descubrir que un compañero de la oficina ha robado y albergar la duda de denunciarlo o callar el secreto el dilema moral.
¿Se podrá compaginar la búsqueda de la iluminación con la vida diaria?
Amado Nervo hizo un famoso soneto dedicado a Tomas de Kempis, autor de un libro multi leído que se llama Imitación de Cristo, que es un auténtico llamado a la santidad, o sea, imitar a Cristo. Rafael Alberti cuenta en sus memorias que todas las muchachas llevaban en el misal escrito a mano ese poema.
El poema termina, “Oh Kempis, que mal me hiciste. Hace años que vivo enfermo y es por el libro que tú escribiste”.
Espoleado por esa frase, cuando tuve a mano un ejemplar del texto de Kempis lo leí con auténtica curiosidad intelectual y, lo confieso, algo de morbo.
Para mi sorpresa, el libro de Kempis tenía un prólogo muy pertinente, realizado por un sacerdote mexicano.
Advertía que todos los ejercicios espirituales y demás acciones contenidas en esas páginas habían sido escritos para monjes en clausura, entregados a la contemplación divina y no eran para la vida diaria. Ni siquiera para sacerdotes en ejercicio público, concluía.
A pesar de las advertencias, rescato un consejo de Kempis que llamó mi atención: “Si cada año nos quitáramos de raíz un pecado, podríamos llegar a ser santos”.
Tiene lógica. Con esa sencilla disciplina, quizá algunos no lleguemos a ser santos, pero al menos podríamos ser mejores personas. Tan sencillo como imitar a Cristo, ¿no?