Los pequeños que me visitaban en la pandemia
Ya van varios días en los que no puedo dormir como debiera.
No sé bien por qué será, pero tengo una lista de cosas que me han pasado y que me han llevado directo a la chingada.
Comencé a sentirme mal de salud desde hace una semana. Primero le pasó a mi esposa, pero no me preocupé hasta que escuché a mi hermano decir que comenzó a sentir síntomas de coronavirus.
El trabajo no ha salido como yo pensaba, el dinero no me alcanza y no he podido completar todos los muebles para el departamento que estoy rentando en Cañadas.
Soy carpintero, trabajo en el taller de un conocido, por lo que me paga cada semana, pero también me deja usar el lugar y las herramientas para quedarme tarde y hacer cosas o encargos por mi cuenta, como alguna cocina, alguna puerta o mesa y ese dinero, aunque tardo y me cuesta más esfuerzo, me cae directo a mí. Pero ni así me alcanza.
Por eso me sentí todo helado cuando mientras me hacía el examen para ver si lo que tenía era Covid-19, mi esposa regresó del local de enseguida, de la farmacia, sin la medicina y sin el dinero, porque un hijo de de su perra madre llegó en una moto y asaltó el lugar y a todos los que estaban ahí.
Me siento constipado, como una gripa evolucionada que apenas me deja respirar; he sentido cómo me falta el aire cada vez más y me aterra.
Ahora también estoy preocupado por si el oxígeno que hay en los tanques que me trajeron mis hermanos va a ser suficiente para aguantar todo el fin de semana.
No tienen idea lo que se siente que falte el aire por esta pinche enfermedad.
Me bofié sólo con meterme a bañar, me senté en el excusado y fue peor. Casi me desmayo.
El doctor me dijo que subiera el número de litros por minuto y eso ha cambiado el cálculo original de la compra de los tanques... y el pedo es que los sábados y domingos está cerrado el local donde los rellenan.
Y mi esposa, sé que no me cuenta muchas cosas, que ella también se siente mal, pero no quiere que me asuste.
Ella dio positivo también, pero no ha caído en cama como yo, ni ha tenido síntomas tan fuertes. O eso es lo que me dice.
También escuché toser repetidamente a mi hijo más chico; primero era algo como un ahogo esporádico, pero ahora suena como a cuando mi hermano se despierta de una peda de dos días y se fumó tres o cuatro cajas de cigarro.
Me alivia un poco, porque ya los mandamos al rancho con mi cuñada, pero a veces tarda en comunicarse. ¿Estará mejor? Me muero de miedo si está contagiado, o que contagie a su hermano más grande y tengan que enfrentar lo que yo estoy pasando. Chingado.
¿Oyeron eso? Suena como si alguien hubiera pisado varas de monte seco o algo parecido; o algo así como suena una escoba cuando pasas tu dedo entre las cerdas. Seguramente ya vienen a estar chingando.
No le he querido contar a nadie, porque van a creer que estoy loco...
Ahí está el ruido otra vez. Viene de la sala. Siempre comienzan en la sala.
Mentiría si les digo que es a tal hora, porque desde hace un par de semanas que estoy encerrado en el cuarto, con las cortinas puestas, el aire prendido y la tela análoga conectada a una tv box de android para ver pendejadas en el YouTube o carreras de autos o videos de vehículos modificados.
No tengo horario establecido, no sé cuándo es de día o cuándo es de noche, pero siempre vienen.
Me di cuenta que me visitan porque una vez vi que uno se asomaba por la cortina.
Esa sensación de que alguien me observaba, con la que duré varios días, se terminó cuando puse atención a esa parte entre la cortina y el suelo. Abajo en la esquinita.
Primero me aterré, porque pude ver cómo sus ojos rojos estaban encendidos como foquitos, ahí abajo. En la esquina, agachado. No deben medir más de 40 centímetros.
Lo digo en plural porque sí, son varios. Los más que han venido son tres, pero sé que son más, porque el ruido se sigue escuchando desde la sala. Hacen un ruido muy parecido al chillido de las ratas.
Su cuerpo está hecho de palitos de escoba, como si estuvieran amarrados, como una escobeta; de la pura frente en la cabeza, de donde terminan los brazos y empiezan las manitas, y de donde terminan las piernas y empiezan los pies.
No tienen dedos, pero las ramas se les estiran, me hacen cosquillas.
La primera vez me asusté y le tiré una chancla que tenía a la mano, algo que al final fue un error, porque los provoqué.
Vino corriendo, se trepó en la cama y yo no me podía mover. Agarró una de esas ramas que le crecen y me envolvió la cabeza, y comenzó a apretármela; no me dolió mucho, porque la rama se rompió.
Luego se me paró en el pecho, enfrente de mi cara, porque la cabeza la tenía recargada en un almohadón, cuando me comenzó a meter la rama por una de las fosas de la nariz.
Eso sí me dolió, se me salieron las lágrimas, pero me dejó en paz casi de inmediato.
Otra de las veces se molestó porque uno tumbó un vaso que tengo en el mueble de enseguida de la cama y el agua le cayó en la cabeza.
Por eso me castigó metiéndome una rama por el oído, eso sí me dolió mucho y creo que hasta me sacó un poco de sangre.
Pero más allá de esos desplantes no ha pasado nada más. Sólo vienen, se suben a la cama, brinca y hacen travesuras.
A veces juegan con el cabello enchinado de mi esposa, porque se les enreda en las patas o las manos.
Ella nunca se ha despertado para verlos, aunque hagan mucho escándalo o le jalen el cabello.
Les he querido tomar fotos, para que me crean que es verdad, pero el teléfono o está descargado o se trabaja. Un día quiero dejar grabando.
¿Oyeron? Ahí vienen ya. No tardan en asomarse. Escuché un chillido, han de estar peleando entre ellos, no se aguantan.
No sé qué sean, pero nunca los había visto.
Sí me da miedo, no crean que no; verlos a los ojos da mucho miedo y un poco de asco, porque por el hueco que tienen en la boca se le alcanza a ver algo como un montón de chapopote o algo negro, no sé si sea alguna lengua o sean las tripas.
No, no se puede comunicar con ellos. Les he preguntado muchas veces qué quieren, porque hay veces que sí puedo por lo menos hablar alguna palabra cuando ellos están. No puedo mover el cuerpo, pero sí los ojos o la boca.
Y así es como me doy cuenta que ya vienen, por los chillidos y por los ojillos rojos que se asoman. Luego simplemente ya no me puedo mover.
Le quiero contar a mis hermanos sobre esto, pero ya me imagino qué me van a decir: “es el medicamento”, “estás pendejo”, “estás loco”, “fumaste mota”, “es la enfermedad que te hace alucinar”.
Yo no me siento que estoy loco. Nada más me enfermé de covid y estoy postrado en mi casa. Ya quiero salir, quiero respirar sin este aparato. Ya quiero ver a mis hijos, quiero ir a trabajar y ganar dinero, sacar mis pendientes, pero todavía me falta; luego dicen que no voy a quedar muy bien de los pulmones y por lo que veo tampoco de la cabeza.
Ya vienen, puedo ver los ojos rojos abajo en la esquina. Siempre duran un poquito antes de entrar y subirse a mi cama.
Ya vienen, es cuestión de segundos. Ahí luego les...