Los mayas y los empresarios
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La crisis que padece el país y los múltiples ataques que ha recibido el empresariado nacional me han hecho recordar una vivencia personal que disfruté hace algunos años, cuando seis amigos entrañables, que cursamos juntos la carrera profesional de ingenieros agrónomos en Monterrey, decidimos reunirnos y efectuar una miniconvivencia en el lugar de origen de uno del grupo.
Nos trasladamos, en compañía de nuestra esposas al sureste del país y visitamos Mérida, Cancún y las ruinas mayas. Al recorrer Chichen Itzá, la guía de turistas nos explicaba sobre el Cenote Sagrado: cómo se lanzaba al mejor guerrero en señal de sacrificio a aquella laguna subterránea. Igual se hacía con la princesa más hermosa y con el más sabio de la tribu.
La broma que a continuación narraré, de ninguna manera presupone intención alguna de minimizar o herir a mis amigos yucatecos, ya que muchísimos de ellos saben que, después de Sinaloa, es su estado el que más aprecio, por la simpatía y sencillez de su gente. Pues bien, uno de nuestros amigos, en plan de broma, obviamente, y tomando en consideración los chistes de don Humberto Cahuich, le dijo a nuestro colega yucateco: “Oye Bolita, ahora comprendo por qué salieron tontos los de Mérida”.
Saco a colación esta anécdota porque en estos momentos en que el empresariado nacional ha sido atacado y vilipendiado como nunca para justificar los errores de la conducción de la economía, debería ser evidente el concurso de los que saben de estas cosas y sin embargo se les pretende sacrificar en el Cenote.
Si la crisis nuestra es económica -y lo es-, resulta por demás obvio que deberán ser los que saben construir y crear, organizar y estudiar, los que jugarán un importantísimo papel en la reconstrucción de nuestras fuentes de trabajo, pero parece que nos empeñamos en criticar y destruir a los más aptos para realizar esta encomienda.
Parece ser que queremos suicidarnos. Es como si todo el pasaje de un avión se pusiera de acuerdo en matar a la tripulación durante el vuelo, porque afuera hay una tormenta y el avión va dando tumbos.
Nuestra definición de empresario es la de aquel que sabe conjuntar los factores de la producción, como son: la fuerza de trabajo, la dirección administrativa, la tecnología y el capital, y que al sumarlos no del cuatro sino cinco o seis. Y es este tipo de gente la que requiere en estos momentos el país.
Reconocemos que no todos los empresarios son buenos o bienintencionados, como no lo son todos los ciudadanos del país, pero es indudable que México necesita de las capacidades que antes mencionábamos y que posee el empresario. Por otro lado tenemos al gobierno constantemente recordándonos su rectoría de la economía, pero cuando se trata de responsabilizarse de lo bueno o malo de la misma se culpa al empresariado, se le pretende prohibir que hable de ideología y se le utiliza como chivo expiatorio de las males del país.
Volviendo al símil del avión, yo pienso que el gobierno es como la dirección de la compañía aérea que tiene la obligación de proporcionar buen equipo a la tripulación, hacer eficientes los horarios de la compañía, dar buen mantenimiento a los aviones, etcétera. Los empresarios somos la tripulación en vuelo, y si cada vez que hay tormenta la dirección se dedica a criticar a esa tripulación en lugar de cumplir eficientemente con sus funciones, es muy probable que el avión caiga o la compañía fracase. Los mayas y nuestros antecesores indios y españoles poseían muchas virtudes que vale la pena emular, pero parece ser que las olvidamos y nos dedicamos a resaltar lo negativo. Entre ello está este prurito, tan mexicano, de destruir al más apto.
En el mundo de los negocios se critica mucho al rico, sin importar si su riqueza es bien habida o no. El pecado es tener sin importar cuánto ha trabajado o arriesgado aquella persona. Se da la impresión de que lo que buscamos no es que más mexicanos vivan decorosamente (lo cual es criticable), sino cómo desarrapados y marginados del progreso y de esa forma darle gusto a los que sustentan estas teorías.
En la política a la mexicana, cuando hay una contienda electoral, lo que pretende un candidato, la mayoría de las veces, es mostrarle al público los defectos de su contrincante, en lugar de las virtudes que él posee. Ejemplo podría dar muchos para demostrar que en México todavía seguimos la vieja costumbre de los mayas de sacrificar a los más aptos, quizá para que de esa forma el resto de nosotros podamos justificar lo que hemos hecho y, peor aún, lo que hemos dejado de hacer para contribuir al bien común, es decir, para hacer política, pero de la buena.
Miércoles 9 de febrero 1983