Los frutos de la tribulación

Rodolfo Díaz Fonseca
06 noviembre 2020

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A nadie le gusta pasar por la tribulación. No es placentero soportar el revés de la fortuna, la amargura de la derrota, el latigazo de la enfermedad o el arponazo del dolor.

No obstante, la tribulación es benéfica porque revoluciona nuestra apatía, conformismo y falsa seguridad. En efecto, la tribulación remueve la tierra dura, seca y árida que no posibilita el florecimiento del alma.

El tribulum era un instrumento de labranza antiguo que se utilizaba para romper los tallos de las espigas y separarlos de la paja. De ahí provienen las palabras trillar y triturar; por tanto, cuando alguien se siente adolorido machacado, podemos decir que está pasando por una tribulación.

Pero, la tribulación no tiene como finalidad aniquilar, sino depurar y purificar. Haciendo mención del capítulo 13 de Mateo, en donde se habla de la parábola del sembrador, Miguel de Unamuno expresó:

“Dios planta un secreto en el alma de cada uno de los hombres, y tanto más hondamente cuanto más quiera a cada hombre; es decir, cuanto más hombre le haga. Y para plantarlo nos labra el alma con la afilada laya de la tribulación. Los poco atribulados tienen el secreto de su vida muy a flor de tierra, y corre riesgo de no prender bien en ella y no echar raíces, y por no haber echado raíces no dar ni flores ni frutos”.

Agregó: “Nosotros vemos la planta, nos restregamos y refrescamos la vista con la verdura de su follaje, nos regalamos el olfato con el aroma de sus flores, y gustamos el paladar con la fragancia de sus frutos, a la vez que con ellos nos alimentamos; pero ni vemos, ni olemos, ni gastamos la semilla de esa planta que fue enterrada bajo tierra”.

¿Permito que fructifique la tribulación?