Los buenos proyectos

Óscar de la Borbolla
12 enero 2020

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Por fin salimos del amodorramiento de diciembre, de la etapa de inmanencia casera; es comienzo de año y, además, para mayor estímulo, es lunes. Nos sentimos con ganas de lanzar hacia adelante (que es lo que etimológicamente significa pro-yecto); tenemos claro lo que queremos que sea nuestro futuro, no sé si los astros sean o no propicios, pero sí los ánimos, pues la vida se reanuda los lunes y más cuando se trata de un año nuevo: voy a hacer... (no importa qué) es la consigna que escuchamos en nosotros, y esa orden nos irriga fuerza.

Supongo que les pasa lo mismo a las jacarandas que también “proyectan” estallar en lilas para la primavera, y supongo que le pasa también a la Tierra que ahora se halla en el punto de su órbita más cercano al Sol (perihelio) y comienza a alejarse y a acelerarse huyendo del Sol elípticamente, y supongo que también les ocurre a todos los que sienten que terminó la hibernación doméstica.
Somos animales de ritos y tener proyectos en estos días es uno de ellos. ¿Qué sería de nosotros si no nos propusiéramos metas? Y, sobre todo, ¡qué sería de nosotros si todos las alcanzáramos al cien por ciento! Pero, por lo visto (y ya he visto mucho, créanme), el ímpetu dura, como todas las cosas, unos días, unas semanas, unos meses, y los proyectos necesitan de fuerza sostenida, de esfuerzo consuetudinario, a veces, décadas y, cuando son muy altos, toda la vida.
Tener es relativamente fácil; llegar a ser, pocos, casi nadie lo logra. Los proyectos son del tamaño de las ambiciones, de la magnitud de los deseos, y hay ambiciones pobres, deseos desmayados; pero también hay ambiciones que no se colman y deseos megalománicos que rayan por encima de lo imposible y aún ahí siguen con una sed de Tántalo.
Hoy, como decía, Marinetti, “lanzo mi reto a las estrellas”, comienzo como ferrocarril este año y me propongo no solo llenar miles de páginas, sino desentrañar de una vez por todas el misterio de la existencia y encontrar lo que se ha buscado desde el principio de los tiempos: el remedio que perdió Gilgamesh por quedarse dormido, probar la fruta del otro árbol del Paraíso o conseguir, por fin, aquello por lo que legiones de alquimistas se chamuscaron las manos y los rostros. Esto sí me parece un respetable proyecto.
Esto sí podría ofrecer una buena coartada para quedarme a medias en mis sueños, que no me vengan, pues, con que no pudieron dejar de endrogarse, mejorar de trabajo, conseguir pareja, aprender un idioma o bajar de peso. Habría que levantar la estatura de los sueños, al menos, para que nuestro fracaso no cause pena ajena. Suerte en esta carrera de moldear el futuro a nuestro gusto
Twitter: @oscardelaborbol