Liderazgos y gobiernos

Vladimir Ramírez
22 septiembre 2020

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Entre los dilemas más desafortunados de la democracia en México, resaltan el de la equivocación ciudadana a la hora de elegir y el del engaño del candidato ganador a la hora de gobernar. El desencanto y la frustración a los que periódicamente se enfrentan sociedades como la nuestra, que elige democráticamente a sus gobernantes, se han convertido en parte de la vida cotidiana desde que existe la alternancia y pluralidad política. Una experiencia que desde hace décadas ha generado un sentimiento de desilusión continua hacia quienes llegan al poder con un discurso y gobiernan con otro, de gobiernos que poco o nada tienen ver con las promesas ofrecidas en campaña, mucho menos con las expectativas generadas entre sus seguidores y simpatizantes.

Todo cambia, paradójicamente, cuando ofrecido el cambio, se tiene que gobernar. Y es que es muy sabido que no es lo mismo ser candidato que gobernante, como tampoco oposición que gobierno y que es más fácil ser crítico que ser criticado.

Este ha sido, desafortunadamente, el comportamiento de nuestra clase política que aspira a gobernarnos; y que ante semejante realidad, continúa participando en cada proceso electoral, más con habilidades especializadas para la confrontación y la competencia electoral; que con mejores capacidades para administrar las complejidades de un gobierno.

Elegir un gobernante desde luego que tiene sus dificultades, pues éstas aumentan dependiendo de la extensión del gobierno, es decir, elegir un Presidente de la República se complica más que elegir a un Gobernador y a su vez es mucho menos complicado elegir a un Alcalde. La razón tiene que ver con la dimensión de la responsabilidad de cada gobierno. Por ello resulta más sencillo tener a nuestro alcance muchos más elementos de juicio para elegir a un Alcalde que a un Presidente nacional.

Sin embargo, estas diferencias no han sido suficientes para que en un nivel u otro se gobierne diferente, pues en todos los casos y en la mayoría de las veces han sido desilusionantes, poco eficaces e inexpertos. Una razón importante es que los propósitos entre el elegido y el que elige, o en este caso, entre el que engaña y el engañado, difieren significativamente. Algo que pudiera explicar la discrepancia de propósitos y resultados en las últimas generaciones de gobernantes es un mismo patrón de comportamiento y estilo de vida de una clase política que vive con privilegios económicos y riqueza patrimonial resultado de conductas deshonestas en el servicio público.

Esta realidad social que se divide entre ciudadanos electos y ciudadanos electores, entre los que gobiernan y los gobernados, puede explicarse por el comportamiento de electores que votan por liderazgos que se relacionan con la idea del héroe justiciero y vengador, una especie de mesías salvador capaz de poner en su lugar a los malvados y corruptos gobernantes, sin embargo la experiencia en México ha probado que no hay tal heroísmo, sino una perpetua decepción. Tal vez esta manera equívoca de decidir se deba a que no se tiene la suficiente claridad para discernir y elegir el tipo de líder que se requiere.

Para el especialista en temas de liderazgos públicos David Villanueva Lomelí, a lo largo de la historia se han realizado diversos estudios y análisis para determinar qué es el liderazgo, de dónde proviene, si es un atributo personal o una condición circunstancial. El debate sobre este tema se sigue dando en dos líneas: la primera tiene que ver con el liderazgo que se ejerce por voluntad otorgada por otros o es ejercido por el poder sobre otros. La segunda, con la condición de que el liderazgo sólo puede ser ejercido por una persona con determinados atributos personales o si se puede construir un liderazgo independientemente de dichos atributos.

Esta clasificación nos permite reflexionar sobre el tipo de líder que se requiere en los gobiernos, lo cual nos esclarece que para cada nivel de gobierno se requieren distintos perfiles de liderazgos. Liderazgos, como nos comenta Villanueva Lomelí, sustentados en valores y principios que coincidan con sus seguidores, pero también con aquellos liderazgos expertos, más allá del carisma electoral, donde el poder se basa en la capacidad o conocimiento de las personas. No un liderazgo que prometa o represente la solución de todos los males, sino uno que reúna las responsabilidades de todos los que aportan soluciones.

Un liderazgo público capaz de crear y dirigir instituciones que se requieren para la buena administración pública, con una visión por el servicio civil de carrera que evite la rotación de personal por motivos políticos, una sincera vocación por la transparencia y la rendición de cuentas, un comportamiento ético e íntegro en el manejo de los recursos y un claro compromiso por promover la participación ciudadana.

Este razonamiento para elegir con certeza supone que pudiera ser aplicado con mayor efectividad en los gobiernos municipales, en los que se reconoce a estos gobiernos como los más cercanos y de una relación de mayor igualdad ciudadana. La elección de 2021 pudiera ser el escenario para poner a prueba nuestra capacidad de saber elegir bien, con el referente de la experiencia y el uso de la inteligencia social.

Hasta aquí mi opinión, los espero en este espacio el próximo viernes.