Libertad política y libertad económica
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Hoy que están en boga tantas formas de colectivismo, o cuando menos mucha gente piensa que toda la individualización es egoísta, vale la pena meditar en lo bueno y lo malo de la antítesis del colectivismo: el liberalismo.
En primer término, es necesario aclarar qué se entiende por liberalismo, palabra a la que se le han dado significados peyorativos desde diferentes sectores del pensamiento y de la vida social.
Basados en nuestras experiencias históricas, para muchos mexicanos liberalismo significa lucha contra la religión, muy particularmente la católica, y la palabra liberalismo viene a ser sinónimo de irreligiosidad, cuando menos, de anticlericalismo.
Para todos, liberalismo es el equivalente a relativismo doctrinario y en este sentido ha sido utilizado por los papas del siglo pasado en varias encíclicas y, menos frecuente y enfáticamente, por los de este siglo. El liberalismo, bajo esta acepción, es la doctrina que sostiene que en materia social no hay valores absolutos, sino que son mutables, según sea la opinión variable de las mayorías. Según esta tesis, se pueden violar los derechos naturales de la persona humana por el solo hecho de que la mayoría así lo ha acordado.
La palabra liberalismo también trae a la mente el sistema económico político prevaleciente en la primera mitad del siglo pasado, asociado con el movimiento de Manchester, según el cual había que mantener la libertad irrestricta de contratación entre los factores de la producción, sin intervención alguna del Gobierno, excepto aquella, propia de los gendarmes, que solo se produce cuando las reglas del juego son violadas.
Por último, a la palabra liberal se le ha dado el contenido que tiene en Estados Unidos, exactamente lo opuesto al generalizadoo en las demás partes del mundo; es decir, mientras en el resto del planeta un liberal es una persona que lucha porque la intervención del Gobierno en la vida económica y social del País se reduzca al mínimo posible, en Estados Unidos un liberal es aquel que tiene como ideal un mayor intervencionismo estatal y una disminución de las libertades económicas del hombre.
El liberalismo, en su correcta acepción, es bandera en el mundo moderno. Tal como lo pregonan los partidos y pensadores liberales de Europa, América Latina, Japón y otras partes, no es lo más mínimo antirreligioso; por el contrario, sostiene que es libertad inherente a la persona humana tener y profesar la religión en la que cree y darle culto público a Dios según sus propias preferencias, siempre y cuando esto no implique una limitación de este mismo derecho a los que tienen diferente religión.
El liberalismo cree en la libertad de educación; es decir, sostiene el principio de que son los padres de familia quienes deben determinar el tipo de educación que debe dárseles a sus hijos y el Estado no tiene el derecho de imponer un determinado tipo de educación a los alumnos, aun cuando éstos formen parte de una pequeña minoría. Cuando mucho, el Estado podrá dar una educación neutra en materia filosófica y trascendente, por tener la imposibilidad física de dar tantos tiempos de educación cuantas sean las preferencias de los padres. En todo caso, jamás debe imponer una educación dogmática, en contra de la voluntad de algún padre de familia.
Tampoco el liberalismo pretende hoy en día dar plena libertad a los particulares para abusar en sus contratos de trabajo y en los contratos de compra-venta de los ciudadanos más débiles, sino que acepta que el Gobierno puede y debe intervenir en la vida económica para evitar la explotación, para asegurar la libre competencia y para llenar las deficiencias u omisiones de los particulares. Por esta razón, el liberalismo moderno, donde ha triunfado, lleva el nombre de economía social de mercado, porque respeta el derecho fundamental de los individuos para actuar en el campo económico, según las leyes de mercado, pero los limita cuando son vulnerados los intereses de la sociedad. Por esta razón, en la economía social de mercado se sostiene, como principio fundamental, el evitar los monopolios de cualquier tipo, ya sean de empresas particulares, de grupos de empresas (trust, carteles), de cooperativas o de dependencias del Gobierno. Sostiene, invariablemente, la necesidad de un sistema avanzado de seguridad y preconiza que es indispensable la estabilidad monetaria que, a su vez, requiere la independencia de los poderes públicos del Banco Central y la independencia de la banca comercial al banco emisor de dinero.
Jueves 9 de febrero de 1984
Durante su trayectoria política y empresarial, Manuel “Maquío” Clouthier escribió numerosos artículos de opinión, que se publicaron en su momento en el diario El Universal, y en los que vertió conceptos y reflexiones que continúan vigentes hoy más que nunca.
Por eso en Noroeste iremos replicando algunos de esos escritos, en un espacio al que hemos titulado Letras de Maquío.