Levantando la Copa de la infamia
¿Sobre qué pedestal se yergue la Copa Mundial? El espectáculo se antepone a todo, sin importar cómo se ha construido, cómo se mantiene y quiénes sacan el mejor provecho, lo que importa es estar en su centro. Este es el mundo del mayor espectáculo hoy en día, la Copa Mundial de Futbol.
Desde los más de 6 mil trabajadores migrantes muertos durante la construcción de los estadios e instalaciones para la Copa Mundial en Qatar, hasta las ganancias multimillonarias de selecciones y jugadores con las ventas de camisetas de Adidas, producidas en condiciones de sobreexplotación laboral consideradas formas de “esclavitud moderna”, los cimientos de ese pedestal son expresión brutal de las más fieras manifestaciones de desigualdad y violación de derechos humanos en el mundo contemporáneo.
En el telón de fondo se sumó el caso dramático de Irán, las amenazas a sus seleccionados por parte del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria de Irán, estando ellos ya en Qatar, y la sentencia a muerte de un profesional del futbol de su país, un “colega” de profesión de los jugadores del mundo que participaban en la Copa.
El caso destacó en medio de la violación de derechos humanos en Qatar, del sometimiento de las mujeres a la tutela de los hombres de por vida, del encarcelamiento, castigo físico y sentencias de muerte que se han establecido en ese país contra la diversidad sexual. Y también, de la censura y castigo a la libertad de prensa. Actos que, en la práctica, defendió la propia FIFA, no deberían ser denunciados: el espectáculo debía continuar. En su momento, diversos jugadores e, incluso, selecciones, se cuestionaron si se debería participar en Qatar con su historia de violaciones a los derechos humanos. Se expuso internacionalmente la profunda corrupción de la FIFA, que le había otorgado a Qatar la sede del evento, tras la compra abierta de votos.
Un asomo de dignidad se dio en algunos actos, pero solo eso, un asomo. Al inicio, fue la selección alemana la que, en conjunto posó, previo a su primer partido, tapándose la boca como protesta a la prohibición de la FIFA de que los capitanes portaran un brazalete con el arcoíris en defensa de la diversidad sexual, reprimida y castigada físicamente en Qatar. Varias selecciones europeas habían acordado que sus capitanes usaran el brazalete con el arcoíris en apoyo a la comunidad LGBTI+, pero la FIFA los amenazó con severas sanciones. La selección alemana decidió hacer ese acto conjunto de taparse la boca en protesta, enviando ese mensaje de repudio a la censura. Qatar reprime y la FIFA nos silencia.
Por su parte, la selección holandesa, desde antes de iniciar el mundial, anunció que se reuniría con un grupo de migrantes para conocer de viva voz las condiciones en las que habían trabajado para la construcción de los estadios y las diversas instalaciones para la Copa. La Federación Holandesa de Futbol (KNB) se pronunció por promover los derechos humanos y anunció que se subastarían las camisetas de los seleccionados destinando los recursos recaudados a los migrantes. Un grupo de migrantes fue invitado a presenciar su entrenamiento. El capitán del equipo comentó: “Han trabajado en estadios, infraestructura y alojamiento en condiciones muy duras. Lo recordaremos durante todas nuestras actividades allí. Está claro para todos que esas condiciones realmente deben mejorar”.
Por su parte, la selección de Irán llegó a la Copa en medio de una fuerte represión en su país a las protestas por los derechos de las mujeres, desatadas tras la muerte a manos de las autoridades de la joven iraní-kurda Mahsa Amini por no portar el velo islámico. La detención masiva de manifestantes y la ejecución de dos de ellos, el último colgado en un evento público, han provocado reacciones de todos los sectores iraníes. Los deportistas iraníes, de muy diversas ramas, se han negado a cantar el himno de su país y a festejar sus logros.
Fue así que la selección de futbol de Irán se negó a cantar el himno nacional de su país en su segundo encuentro en la Copa Mundial de Qatar, antes de jugar contra Inglaterra. Mientras, recibía el aplauso en las gradas de los asistentes iraníes que protestaban con la consigna “Mujer, Vida, Libertad”. De inmediato, el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria de Irán les advirtió a los seleccionados iraníes que, de seguir expresándose en ese sentido, sufrirían las consecuencias junto con sus familias.
El caso se levantó aún más con el anuncio de la condena a muerte del jugador de futbol iraní Nasr-Azadani, de 26 años, acusado de participar en las protestas en favor de los derechos de las mujeres en su país, acusado de ser miembro de un grupo armado que supuestamente asesinó a tres agentes de seguridad. La Federación Internacional de Asociaciones de Futbolistas Profesionales pidió a la FIFA su intervención para detener esta sentencia y, como era de esperar, solo obtuvo silencio.
Mientras tanto, los trabajadores migrantes en Qatar seguían exigiendo a la FIFA que intermediara para que se indemnizara a las familias de los miles de trabajadores migrantes muertos en las labores de construcción para la Copa Mundial. Solicitud que no fue atendida ni por FIFA, ni por el Gobierno de Qatar, más cuando el circo ya había terminado.
Por su parte, el negocio era un éxito. Adidas anunciaba que se terminaron sus camisetas de Messi que se vendían entre 90 y 150 dólares, informando que la empresa ya estaba en la producción de la camiseta con las tres estrellas, que seguramente sería también un gran negocio para Adidas, la selección y Messi. El cálculo que se había realizado de ventas de camisetas oficiales para Qatar era de 2 mil 800 millones de dólares, el cálculo se quedó corto.
En algunas naciones asiáticas, como Camboya y Birmania, se reporta que el salario diario para quienes elaboran las camisetas es de alrededor de 2.27 dólares al día. En Inglaterra, las camisetas de su selección, previó al mundial, se vendían a 160 euros. El periódico The Mirror reportó que el pago en Tailandia a las costureras era de un euro al día.
El mundo no está para seguir llevando el espectáculo como si nada pasara tras bambalinas, como si la sangre no estuviera bajo los pies, buscando mirar arriba.
¿Qué pasaría si fuera mayor el compromiso de los jugadores, de los equipos, de las selecciones, de las federaciones, para exigir que el deporte se haga cimentado en el mínimo respeto a los derechos humanos y no en todo lo contrario? Desde la FIFA hasta las camisetas que portan los jugadores, desde los derechos humanos en las naciones que participan y son sede.
Se podría haber alzado la voz en el momento cumbre o portado un par de símbolos, aunque sea sólo por dignidad.