Leer como forma de resistencia
Hay una potencia unificadora en saber reaccionar ante lo bello. Existe una medicina muy poderosa que se llama lenguaje y pocas veces la usamos correctamente.
La casa del lenguaje son los libros, no los diccionarios. La mansión del pensamiento es el ser, ser uno mismo.
Analicemos aquí una frase seminal sobre el galano arte de la lectura.
“Adquirir el hábito de leer es construir para ti un refugio de casi todas las miserias de la vida. “
Habla aquí con verdad el escritor británico W. Somerset Maugham, quien por cierto, no hacía literatura policiaca, pero con una sola de sus novelas sobre un espía aristocrático, inspiró a Ian Fleming a crear el personaje de James Bond.
Y esta expresión dice más de lo que aparenta: Somerset Maugham habla de “adquirir”, no adoptar ni tomar. Se adquiere como se adquiere un Ferrari, una colección de buenos vinos o una simple bicicleta para darse una vuelta por el parque, porque para eso hay que aprender a sacar capital de la bolsa.
Invertir en uno mismo en cosas intangibles. En lo invisible que no puede parecer urgente.
Maugham nos habla de hábito, pero no solo de costumbre que se hace sin pensar, sino que el concepto original implica el traje de monje, el hábito, como traje habitual.
Aunque el inglés también usa “cowl” -de cogulla, traje con capucha- nuestro autor usa consciente o inconsciente el término que vale para el traje de fraile.
Hay un refrán sobre eso en inglés: “El hábito no hace al monje, pero hace al fraile / The habit does not make the monk, but it makes the brother”.
La cita original de Maugham, que fue muy leído hace 50 años y ahora está siendo recuperado, reza así: “To acquire the habit of reading is to construct for yourself a refuge from almost all of the miseries of life”.
Mil disculpas por este análisis exhaustivo, pero los comunicologos estudiamos semiótica y ese es el arte de llegar a la semilla más profunda de las cosas, incluyendo las rutas semánticas. (Vea usted cómo todas esas palabras son semejantes)
La literatura nos hace saltar de la fila de los asesinos, proclamaba Franz Kafka, quien vivió una sociedad castrante que acabó destruyéndose a sí misma.
Vivimos tiempos en que la fugacidad y la dispersión le han ganado la batalla a la concentración. Y no sólo por lo frívolo, sino por la sensación de inseguridad.
La modernidad acuosa. La supercarretera de la información se ha empantanado con la gran capacidad de mentira de la Internet, y no sólo tiene cuellos de botella y colesterol, sino también divertículos en que la información equivocada se vuelve bultos amorfos y cáncer
El deseo de reinventarse proviene de una furia acumulada que suele buscar en la delincuencia los falsos atajos. La voluntad de destacar en un mundo pequeño, aunque a veces también es por la ausencia de opciones. Ausencia de futuro.
Desde el cielo de las ideas puede sonar fácil descalificarlo. Pero esa pequeña fábrica de insatisfacción permanente llamada espíritu humano funciona a fin de cuentas igual en todos nosotros.
Una sociedad que no reflexiona, que reduce la lectura a memes y todo le impresiona, está condenada a nuevas formas de oscurantismo.
La esperanza es una construcción voluntaria y hay que saber armarla ahora que parece que agentes externos quieren hacer de nosotros las marionetas de una triste danza macabra.
Todo aquello que una mente no educada pisa por ignorancia nos lleva a un ahogamiento colectivo social. Hay que saber leer y reflexionar con tino para alejar este cortejo de sombras que hoy nos rodea.