Lecciones del Siglo 21

Pablo Ayala Enríquez
27 abril 2019

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pabloayala2070@gmail.com
 
La discusión legislativa sobre la reforma laboral está por entrar en su recta final. Su contenido no da como para generarse expectativas muy altas. Las novedades de la tan llevada y traída reforma son pocas: libertad de asociación sindical, el establecimiento de nuevas reglas para la elección y permanencia de los dirigentes, así como de la configuración de los contratos colectivos, algunas mejoras relacionadas con la justicia laboral (más días pagados de aguinaldo), la incorporación de unos nuevos mediadores que, entre otras cosas, podrían ayudar a transparentar la dinámica sindical.
 
Para el escenario laboral mexicano las adiciones a la reforma quizá resulten ser una novedad, pero resultan inocuas para el escenario descrito por Klaus Schwab y Yuval Noah Harari en lo que ellos entienden como la cuarta revolución industrial. Vista la reforma laboral desde lo planteado por estos autores, pareciera que la 4T está viendo por el espejo retrovisor la influencia e impacto que traerán consigo la automatización y la aplicación de la inteligencia artificial en la mayoría de los puestos de trabajo. Me explico.
 
En su último libro, “21 lecciones para el siglo XXI”, Yuval Noah Harari, sin empacho, afirma que “No tenemos idea alguna de cómo será el mercado laboral en 2050”, debido a que “La fusión de la infotecnología y biotecnología puede hacer que muy pronto miles de millones de humanos queden fuera del mercado de trabajo y socavar tanto la libertad como la igualdad. Los algoritmos de macrodatos pueden crear dictaduras digitales en los que todo el poder esté concentrado en las manos de una élite minúscula al tiempo que la mayor parte de la gente padezca no ya explotación, sino algo muchísimo peor: irrelevancia”.
 
Lo que dice Harari no es un cuento de ciencia ficción. Son muchos los científicos, inventores, emprendedores y empresarios que han quedado profundamente tocados por los alcances de la revolución digital, de ahí que no permanecerán de brazos cruzados esperando a que los políticos entiendan la manera y velocidad con la cual la infotecnología y la biotecnología transformará el trabajo en México, Japón, China, Canadá, Honduras, Singapur o Bangladesh.
 
La inteligencia artificial, dice Harari, “no solo está a punto de suplantar a los humanos y de superarlos en lo que hasta ahora eran habilidades únicamente humanas. También posee capacidades exclusivamente no humanas, lo que hace la diferencia entre una inteligencia artificial y un trabajador humano sea también de tipo, no simplemente de grado. Dos capacidades no humanas importantes de la inteligencia artificial son la conectividad y la capacidad de actualización”. Un par de ejemplos me permitirá ilustrar mejor esta asechanza prevista por Harari.
 
Imaginemos que el SAT, siguiendo sus estrategia de mejorar la atención a los usuarios, decide hacer una nueva modificación a los procesos relacionados con la declaración anual de impuestos para que aún sea más rápida de lo que es. Antes del despliegue de esta novedad, el SAT deberá sensibilizar, capacitar a un grupo de personas que fungirán como entrenadores de otros colaboradores que a su vez habrán de ser capacitados para que puedan atender a los usuarios (estrategia que implica el diseño de cursos, la elaboración de videos, manuales, folletos explicativos, etc.), diseñar una campaña de comunicación anunciando los cambios y un largo etcétera que debe tenerse a punto antes de dar el banderazo de salida a la simplificación del nuevo proceso de declaración de impuestos.
 
En la dinámica de la inteligencia artificial, la mayoría de los pasos descritos pueden ser eliminados. Bastaría con hacer la programación del nuevo proceso en el sistema que será utilizado por el usuario. Con un click, sin necesidad de hacer una movilización como la señalada líneas arriba, de modo simultáneo la compleja red de procesos quedaría actualizada en menos de un segundo. Así de simple. En ese sentido, como bien apunta Harari, “a lo que nos enfrentamos no es a la sustitución de millones de trabajadores humanos individuales por millones de robots y ordenadores individuales. Más bien es probable que los individuos humanos seamos sustituidos por una red integrada”. 
 
Este mismo ejemplo puede ser aplicado para el caso de los coches y camiones autónomos, pensando en que si estos se fabrican de manera masiva, sería relativamente fácil dejar sin empleo a todos los choferes del transporte urbano en las ciudades, conductores de autobuses de pasajeros y tráileres que transportan mercancías por la carretera. Un coche o camión autónomo, mediante un algoritmo, fácilmente podría ser programado para que acate las reglas de tránsito vigentes, conduzca a una velocidad moderada o evite hacer maniobras imprudentes, acciones que la mayoría de los conductores no realizan. Al ser parte de una red integrada, el transporte autónomo sería “incapaz” de actuar del modo en que ahora lo hacen los choferes de carne y hueso.
 
Llevados a otros campos de la actividad humana, teniendo en cuenta los muchos beneficios que puede traer consigo la robotización y la incorporación de la inteligencia artificial al mundo del trabajo, como dice Harari, sería una locura intentar bloquearles con el propósito de salvaguardar los empleos humanos. En todo caso, “lo que deberíamos proteger en último término es a los humanos, no los puestos de trabajo. Los conductores y médicos que sean innecesarios tendrán que encontrar otra cosa que hacer”.
 
La cara amable de este discurso de terror futurista es que, “al menos en el corto plazo, es improbable que la inteligencia artificial y la robótica acaben con industrias enteras. Los empleos que requieran especialización en una estrecha gama de actividades rutinizadas se automatizarán. Pero será mucho más difícil sustituir a los humanos por máquinas en tareas menos rutinarias que exijan el uso simultáneo de un amplio espectro de habilidades, y que impliquen tener que enfrentar situaciones imprevistas”. Tiempo al tiempo. Si al día de hoy ya echamos mano de aplicaciones que miden nuestra frecuencia cardíaca, nivel de agotamiento, estado de ánimo, etcétera, no pasarán más de diez años sin que en nuestro teléfono celular podamos tener alguna aplicación de inteligencia artificial donde podamos consultar a un médico especialista.
 
Visto lo visto serán otros políticos y legisladores los que deban enfrentarse a las lecciones que al momento nos ha dejado el Siglo 21 respecto al futuro del empleo. Por lo pronto la 4T está ocupadísima en retomar una discusión que debimos haber tenido, y superado, hace al menos 40 años, y en impulsar una reforma que de reforma laboral tiene poco o casi nada.