Las ciudades, una creación humana inconclusa
Las ciudades son la creación humana más grande construida. En contraste, también es la que más riesgos y peligros le ha generado a la humanidad. El objetivo de los primeros asentamientos urbanos fue la autoprotección. Éstos se desarrollaron a partir de la generación de los primeros excedentes de producción agrícola o artesanal. Las personas se conglomeraron en grupos y comenzaron a construir espacios para pernoctar o guardar su producción excedente y comerciar con ella. Paralelamente, también desarrollaron formas de protección contra otras especies o civilizaciones. Esas primeras ciudades mostraban un desarrollado conocimiento de sus creadores con respecto a su entorno natural. Así, las ciudades se ubicaban cerca de los cuerpos de agua para facilitar su abastecimiento, aunque siempre manteniendo la debida distancia para no correr peligros.
Por muchos siglos las ciudades sostuvieron una escala discreta que favorecía la convivencia con los entornos naturales hasta que surgió y se desarrolló el mayor exceso de la humanidad que fue su propia capacidad de reproducción -la sobrepoblación- y sobre todo sus niveles de consumo que se convirtieron en los principales padecimientos de las ciudades.
El desarrollo industrial permitió la proliferación de fábricas y la sobreproducción ilimitada de objetos, herramientas y utensilios para supuestamente facilitar la vida de los humanos, entre estos, los vehículos motorizados catapultaron la expansión sin límite de las ciudades. Todo ello se ha generado a costa de muchos otros privilegios de los que la humanidad gozaba y que imperceptiblemente ha venido perdiendo. Privilegios nada despreciables como el gozar de una vida urbana sin peligros, aire limpio para respirar, bosques sanos cercanos, agua limpia o paisajes naturales que cada día son más escasos o lejanos de donde las personas viven.
El crecimiento expansivo de las ciudades provocó la necesidad del desarrollo de infraestructuras cada vez más complejas para la dotación a la sociedad de servicios tan básicos como el agua, la energía eléctrica o el servicio de drenaje. A estos se les puede agregar la recolección de basura, mantenimiento de parques y jardines, servicios de transporte público, educación, seguridad o asistencia médica, por nombrar algunos. Las ciudades pronto se convirtieron en los concentradores de estos servicios cuya demanda crece en función del crecimiento exponencial de su población. La demanda de muchos de estos servicios es provocada también por las mismas deficiencias urbanas. Por ejemplo, las ciudades reúnen los mejores hospitales y servicios de salud para atender infinidad de padecimientos que la misma ciudad provoca (víctimas viales, sedentarismo, estrés o padecimientos crónicos generados por una mala calidad de aire).
Hace algunas semanas hablaba con unos amigos ya jubilados que viven en un pequeño pueblo junto a un caudaloso río que les ofrece todos los días los mejores paisajes naturales, el aire más puro de la región y la posibilidad de disfrutar cada amanecer del canto de las aves y la diversidad de colores de la naturaleza. Un lugar donde casi no hay vehículos de motor, la gente camina y come lo que el campo y la granja les produce al día. Su condición de pensionados les permite ahora mudarse a otros lugares. Tienen considerado trasladarse a la ciudad de Monterrey donde saben que podrían gozar de servicios especializados de salud para enfrentar la siguiente etapa de sus vidas. El debate es interesante, mi postura -que muchos pueden cuestionar- es que la mejor terapia para mantener una buena salud es permanecer en el lugar donde ahora viven.
La creación de las ciudades ha sido algo de lo más relevante que ha pasado en la historia de la humanidad, aunque en las últimas décadas se ha perdido el sentido de su creación y se han convertido en lugares que concentran injusticia, inequidad, enfermedades, violencia, contaminación, depredación e inigualables condiciones para que los desastres naturales sean cada vez de mayor impacto (inundaciones, sismos, huracanes, olas de calor, sequías, etc.).
La forma en que desarrollamos las ciudades hoy, o más bien, la forma en que dejamos que éstas se expandan multiplica cada vez más el problema. No podemos llamar exitosa a una ciudad que obliga a la gente más pobre a vivir más lejos y carecer de servicios básicos. No puede ser una gran ciudad aquella donde la mayoría de su población debe desplazarse a pie por lugares que no ofrecen las mínimas condiciones de seguridad, depender de un decadente servicio del transporte público o a jugarse la vida cada día por decidir usar la bicicleta como medio de transporte.
Las ciudades son una tarea inconclusa y seguirá siendo hasta que no se ofrezcan las mínimas garantías de derechos humanos a su población. Para ello se requiere de cambios diametrales y no de tímidas intervenciones. No es tarea fácil pero tarde o temprano habrá que enfrentarla y para ello es necesario una estrategia urbana y no más “improvisaciones apagafuegos”. Se deben pensar las ciudades a largo plazo y enfocar la energía en las grandes transformaciones positivas. Sigo pensando como Jaime Lerner lo decía “la ciudad no es el problema, la ciudad es la solución” y el mismo Lerner también acuñó una frase al ser alcalde de Curitiba: “No hacer nada con urgencia”. A veces -decía Lerner- cuando una ciudad enfrenta decisiones sobre obra pública que podrían hacer más daño que bien, no hacer nada, es la prioridad más urgente. Vital, si hablamos de transformar ciudades.
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