Las amenazas de Trump
Trump anunció la semana pasada en Detroit: “Al asumir el cargo notificaré a México y Canadá mi intención de invocar las disposiciones de renegociación del T-MEC que yo introduje, que fue lo más difícil de conseguir. Ellos no querían. Quisieron hacerlo mal pero yo quería hacerlo porque siempre hay pequeños trucos que quieren jugar. Yo dije: No, quiero poder renegociar en seis años, de lo contrario, no vamos a hacer el trato”.
Como siempre con él, la jerga es confusa y el manoseo de la verdad es grosero, pero detrás de todo ello yace un reto severo para México, y en mucho menor medida para Canadá.
Ya lo han dicho funcionarios del actual gobierno y del anterior. No hay renegociación, sino revisión, y en cualquier caso, la “sunset clause” del acuerdo, si alguna de las partes decidiera denunciarlo, tardaría 10 años en aplicarse. Pero la interpretación de Trump puede convertirse, o ser ya, la de varios legisladores en ambas cámaras del Congreso de Estados Unidos, en un poderoso argumento a favor de una modificación profunda del tratado. No necesariamente exigiría una nueva aprobación por parte del Poder Legislativo norteamericano, pero sí podría volverse un instrumento de chantaje o extorsión: si México no acepta tal o cual cambio, se echa a andar la dinámica de la prescripción. Veo dos vías por las cuales esto podría suceder.
La primera tiene que ver con China, aunque de manera eufemística se hable de Asia, o de “otros países”. Trump -y quizás Harris también- busca limitar las reexportaciones chinas de México a Estados Unidos -suponiendo que existan- y en su caso (BYD), restringir las inversiones chinas en México para exportación a Estados Unidos. No sé -seguramente los negociadores del T-MEC sí lo entienden- cómo se regula eso en un documento, y hasta qué punto cualquier impedimento resultaría contrario a las reglas de la OMC. Pero no hay que subestimar a Trump, ni confiarse en que el tipo de cambio no se movió debido a una u otra declaración del candidato republicano. China constituye un grave reto para la convivencia de México con Estados Unidos.
En segundo término, hay buenas razones para pensar que Trump intentará introducir, a instancias del Congreso y de él mismo, disposiciones más eficaces -o coercitivas- para la solución de controversias, cuando éstas involucren a empresas estadounidenses. Trátese de energía, maíz, compañías expropiadas en opinión de ellos (Vulcan), para un hipotético gobierno suyo la falta de respuestas expeditas, contundentes y favorables por parte de las autoridades mexicanas resulta inaceptable, e insuficiente en la redacción actual. De qué forma presentará esta exigencia o inconformidad el nuevo equipo de la Casa Blanca es difícil de saber, pero todo indica que lo harán.
Además, es imposible descartar que en el ánimo transaccional de Trump, procure vincular la reconducción del T-MEC a otra demanda de Estados Unidos, a saber la migración, el fentanilo o alguna otra reivindicación. México podrá quejarse que no es conveniente mezclar las cosas, pero él ya las ha mezclado con México... con éxito. Entiendo los motivos del nuevo gobierno de moderar los temores de muchos en relación al T-MEC y su revisión en el 2026, pero si gana Trump, pronto se verá que no será un día de campo. Este equipo, al igual que el anterior, seguramente conducirá el proceso solo, pero haría bien en ser menos orgulloso y fanfarrón y consultar con los negociadores del T-MEC (la gente de Peña Nieto), así como con los de Zedillo que negociaron el acuerdo con la Unión Europea, y con los de Salinas, que negociaron el TLCAN. ¿Sueños guajiros? Sin duda. Pero la esperanza es lo que muere al último.
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