Lacerante
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No se puede permanecer al margen de los históricos acontecimientos que se vienen produciendo a lo ancho y largo del país, con una rapidez que obliga a permanecer firmes y con la guardia en alto, para no ser rebasados por la vorágine que tiene lugar actualmente. Es de suma importancia valorar las circunstancias y sacar conclusiones que nos lleven a tomar una posición acertada, expresar una opinión sin el resquemor de fallar en el vaticinio, antes de formularla es necesario allegarnos la mejor información posible.
Este es un gran país, el problema han sido -hecho corroborado a lo largo de la historia- los pésimos gobernantes. Los buenos han sido tan escasos y excepcionales, basta una mano para contarlos y nos sobran dedos.
Los ciudadanos no han perdido la esperanza en el gobierno actual, el cual se viene encausando por el camino del bien y la honestidad republicana, donde las mayorías son incluidas en el progreso del país; es de esperarse lo que acontece a nivel federal se extienda también en estados y municipios, para que el latrocinio y la simulación desaparezcan por completo de la escena nacional, y sea la ética política lo que prevalezca como forma de gobierno. Nada mueve tanto a los mexicanos como la esperanza de que la corrupción se borre de la vida pública y privada, que las relaciones sociales se fundamenten en el respeto y la equidad entre las personas, como base fundamental de convivencia.
Esos deben ser los principios rectores de las relaciones humanas entre los habitantes de este país; por ese camino se consolidan las bases para la formación de una sociedad llena de valores, que permita una relación estrecha entre vecinos y familiares, recuperando la primogénita idiosincrasia que siempre había caracterizado a los mexicanos, su libertad, la cual había sido trastocada por prácticas de gobiernos irresponsables.
Se implantó por largo tiempo una terrible descomposición social, con gobernantes que ejercían el poder público no para servir, sino para servirse a sus anchas, usaban las instituciones públicas como patrimonio personal o de grupo, lo cual trajo una lacerante corrupción que creció a límites inimaginables.
Parte de esas circunstancias lastimosas las estamos viendo en algunos puntos de la geografía nacional, con acontecimientos que aterran a la población, hechos espeluznantes de violencia que producen espanto en la ciudadanía, casi siempre asociados a altos niveles de rezago, pobreza económica, cultural y moral.
Esos detritus sociales nos los ha dejado el pasado inmediato, esos espectáculos de crímenes y pérdida de valores humanos, que deben ser castigados y desterrados en nuestro país de raíz, tal y como lo demanda con plena razón la ciudadanía de nuestra Nación.
En otros rubros, las cosas caminan con firmeza por alcanzar sustantivos avances, como se puede observar en salud y educación, dos puntos neurálgicos para avanzar cualitativamente en el mejoramiento de la sociedad. Las reformas constitucionales promovidas desde el Congreso de la Unión también marcan buenas expectativas, que no pueden desdeñarse de ninguna manera, ya que señalan un rumbo progresista en el país.
Hay indicadores que pronostican buenos resultados en corto tiempo, veremos qué pasa, por lo pronto las expectativas en el programa de reconstrucción nacional con el que se gobierna, que implica mejoras sustantivas en la salud y en la educación, así como el avance en los megaproyectos, que detonarán en un sentido progresista la economía nacional marchan viento en popa. Pronto los signos de ese progreso serán tangibles con el aeropuerto Felipe Ángeles, la refinería de Dos Bocas, el Tren Maya, por citar tres de las emblemáticas obras que mostrarán el rostro progresista actual de México.
El optimismo se afianza en las esperanzas de la ciudadanía, quien no baja la guardia pendiente que todo marche sobre ruedas hacia el progreso sustentable, no para pocos sino para todos, ya que su aspiración a una vida mejor no cesa, y hoy la ven como una realidad alcanzable.