‘La vida es bella’ y... (el nacimiento de una escuela para desaprender)

03 mayo 2020

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Juan Alfonso Mejía López

Guido es un mesero que sueña con tener una librería. Dueño de una personalidad exuberante, se caracteriza por contagiar a otros de su emoción. A mediados de los años 30, se enamora de Dora y tiempo después nace Giosué. La enfermedad de su tiempo, el totalitarismo, parece no importarle, claro, hasta el día que toca a su puerta y lo lleva a él y a su hijo a un campo de concentración. Desde ese momento, Guido se propone una sola cosa: ahorrarle a su hijo el peso de la realidad, recreando a diario la historia de una competencia, en el que más mínimo error los descalificaría.

La historia de miles de maestros, familias, funcionarios, de las organizaciones sindicales, civiles y de la propia autoridad educativa en Sinaloa se asemeja demasiado a la obra maestra de Roberto Benigni, “La vida es bella”. Guardando las debidas proporciones, todos los días se libra un combate, una batalla en la que el objetivo es proteger “el mundo” hasta ahora conocido por nuestros niños, niñas y adolescentes, al tiempo que nos preparamos para una nueva era.

La Segunda Guerra Mundial trajo consigo el resquebrajamiento de un orden preestablecido, ni duda cabe, lo que abrió la puerta a un segundo rompimiento del que poco se habla: la “cotidianidad” y, con ello, los valores y las creencias que asumimos. De repente, todo aquello que tenía un valor dejó de tenerlo; lo que parecía algo “rutinario”, como caminar en las calles, pasear en los parques, asistir a la escuela, reír en familia, quedó reducido a un deseo.

Siendo mesero, Guido soñaba con tener una librería, cuando la tuvo y parecía feliz, la fragilidad de ese sentimiento se la recordó la vía del tren camino al campo de concentración.

En momentos de incertidumbre, la certeza tiene un valor subjetivo, quizás sólo equiparable a la determinación individual de caminar juntos y no mirar hacia atrás. Giosué fue privado del horror de la guerra, no así de muchas de sus consecuencias, pero salió adelante; claro, Guido siempre lo acompañó, dispuesto a crearle y recrearle ese mundo en transición del que muchos años después todavía se seguirá hablando, lo peor hubiera sido darse por vencido.

Asistimos hoy a un mundo que exige de nosotros la difícil tarea de desaprender. La nueva normalidad a la que nos ajustamos diariamente y que no terminará cuando retomemos “las calles”, nos confronta, una y otra vez, con todo aquello que suponíamos preestablecido. Sin duda, lo más fácil sería abandonar, pero ¿acaso es eso lo que nos toca?

La escuela en Sinaloa recupera su función social para acompañar a las niñas, niños y jóvenes en esa difícil transición. Para conseguirlo, todos los agentes educativos estamos inmersos en medio de “eso” que no acaba por desaparecer y “aquello” que tampoco termina por nacer. Estamos conscientes de caminar un terreno pantanoso, donde habrá muchos señalamientos, de los cuales tendremos que seguir aprendiendo, cuando no invitarlos a “mirar con otros ojos”. 

La escuela, bajo el formato presencial, tiene 200 años de experiencia; la escuela a distancia no tiene ni siquiera 20 años, si queremos ser generosos, por no decir que está naciendo en la amplísima mayoría de nuestro territorio. Impartir una clase presencial no tiene nada que ver con hacerlo a distancia, las habilidades son totalmente distintas; nuestras normales nunca se imaginaron un escenario de esta naturaleza, como no lo hizo nadie más, por lo que no sería justo señalar a nuestros docentes por sus habilidades tecnológicas, o a las escuelas por la ausencia, en la amplia mayoría, de estas herramientas.

Las desigualdades del sistema educativo no son nuevas, pero la contingencia las desnuda; aunque, la escuela es sólo un retrato de nuestra sociedad (desigual) y, lejos de ser el problema, es el mejor (para muchos el ÚNICO) mecanismo del que disponemos para combatir la inequidad y la injusticia: necesitamos más y mejores hospitales que curen el dolor y, más y mejores escuelas que combatan la ignorancia.

La inequidad del sistema nos ha obligado a imaginar estrategias diferenciadas en un contexto solidario. La escuela somos todos, hoy más que nunca se entiende esta idea. Madres y padres de familia nunca imaginaron pasar horas en el WhatsApp con las maestras, tratando de entender los quebrados o la raíz cuadrada nuevamente; con maestros que se graban en video o en audio y buscan explicar la lección.

La educación está tomando un giro mucho más personalizado, porque el docente toma en cuenta las condiciones del hogar. Cada maestro con las familias conoce con mayor detalle el nivel de aprendizaje, la necesidad de apoyo, la urgencia de no dejar sólo al niño o la niña. Muchos docentes no han tenido que esperar una evaluación de toda esta nueva realidad, porque ya sabían con antelación qué padres podrían acompañar a sus hijos y quiénes no, sin importar la razón de este hecho.

Los funcionarios en la Secretaría de Educación Pública y Cultura (SEPyC) plantean y replantean su función. Conocen las aulas a la perfección, aunque nunca se habían enfrentado a una pandemia; con humildad, sencillez y una tremenda disposición, han evaluado, una y otra vez, las funciones de todos los agentes educativos. ¿Qué significa hoy dirigir una escuela? ¿Cómo puede el Asesor / Auxiliar Técnico Pedagógico ayudar a los docentes? ¿Qué tiene que aprender el docente para no perder niños o niñas en el camino? El velador, ¿cómo cuida ahora la escuela? La comida de las escuelas de tiempo completo, ¿cómo las aprovechamos? Los recursos de las asociaciones de padres de familia, ¿pueden ayudar a su comunidad educativa, en qué, cómo y cuándo? 

Proteger “el mundo de Giosué” nos tiene aquí, en medio de la incertidumbre, buscando márgenes de maniobra donde otros piensan que es imposible; esta es hoy la función social de la escuela en Sinaloa, que a todos convoca.

GRACIAS a los miles de docentes que a diario salen a dar la batalla para recrear esa sensación de “normalidad” al Aprender en Casa; Gracias a las familias, para quienes “Giosué” lo ES TODO, aquí estamos; Gracias a las organizaciones sindicales 27 y 53, porque nunca han regateado ningún apoyo a favor de la niñez y juventud; gracias a las organizaciones de sociedad civil, a quienes no critican sin una propuesta, ni proponen sin un fundamento; gracias a mis compañeros cotidianos de embarcación (César, Rigo, Liliana, Raúl, Víctor, Luis Alfredo, Manuel, Lorena, Omar y todos sus equipos) y de cabina (Milton, Ramón, Aldo, Alex, Álvaro, Annel, Roberto, Nacho, Nadia, Manuelito, Doña Esperanza, Maribel, Cirya, Mely, Magui, Liz); a los Jefes de Nivel, a las mesas técnicas en SEPyC, a pagos y el resto de funcionarios en la secretaría, mi más alta estima y respeto por su tremenda disposición a aprender a mirar con otros ojos; a los distintos subsistemas, tecnológicos y Universidades, porque nunca dejan de imaginar.

Cuando todo esto termine, porque va a terminar, habremos desaprendido aquella anticuada y única forma “de aprender” y, con ello, habremos cuidado el sueño de la escuela; lo habremos hecho con el liderazgo del Gobernador Quirino Ordaz, conscientes de que la aventura, lejos de terminar, apenas empieza. Es una distinción ser su secretario.

Que así sea.