La ventana interior
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@rodolfodiazf
En este tiempo de confinamiento muchas personas se sienten como pájaros enjaulados; se asoman al balcón de su casa o se aferran ansiosas a los barrotes de su ventana; su desesperación llega al clímax de expresar: “si no salgo, algo me va a dar”.
Es comprensible que suceda así porque privilegiamos demasiado la ventana exterior y minimizamos, o clausuramos, la interior. Es decir, vivimos volcados al exterior en un mundo de prisas, compromisos, citas, negocios, apariencias, riqueza, moda, fama, diversiones, urgencias, deseos, recreaciones y estériles prioridades que desencadenan toneladas de frustración, angustia, cansancio, estrés y tensión, lo cual no permite el sosiego necesario para atisbar por la ventana interior.
Esta exacerbada exterioridad produce desequilibrios afectivos que conduce a la proliferación de enfermedades físicas y psíquicas, como hipertensión, insomnio, colitis, estreñimiento, prurito y tantas otras manifestaciones psicosomáticas.
Desde la antigüedad, Agustín de Hipona recomendó expresamente refugiar la mirada en la ventana interior: “No salgas fuera de ti, vuelve a ti, en el interior del hombre habita la verdad”.
Para él, al sumergirse en la intimidad, el ser humano no solamente se encontraba a sí mismo y se conocía -como recomendó Sócrates-, sino que al interiorizarse se daba cuenta de que se introducía en el misterio mismo de la divinidad, a la cual había desdeñado al arrojarse por la ventana exterior para ensimismarse en las cosas:
“¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por de fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían”.
¿Me siento enjaulado? ¿Disfruto asomarme por mi ventana interior?