La triste Navidad con nuestros muertos
Vidas idas; impunidades que se quedan
Las sillas vacías instaladas en estos días por el colectivo Las Rastreadoras en la Plaza Obregón de Culiacán son como el listón rojo atado a la memoria colectiva para que jamás olvidemos a las víctimas que de distintas formas de violencia y negligencias nos apremian a inmortalizarlas en el recuerdo. Los ausentes que nos duelen, y que a la vez son el vigor para combatir las circunstancias que los alejaron de nosotros, requieren de la evocación permanente en las personas, familias y sociedades para que nunca más vuelvan a arrebatárnoslos.
El “¿dónde están?” que gritan los familiares de quienes se fueron a causa de las desapariciones forzadas, es el mismo clamor que se extiende a lo largo y ancho de Sinaloa. De alguna forma, todos peregrinamos buscando las respuestas que acompañan a las tragedias y más en estas fechas de navidades inconclusas porque nos faltan las presencias de los que se fueron de pronto sin que les significara el tiempo de partir.
Pues entonces coexistamos con ellos a través de recuperarlos en la recordación. A los 4 mil en situación de desaparición forzada, las casi 40 mil personas que han sido expulsadas por grupos armados de sus lugares de origen, los deudos de los 597 asesinados con armas de fuego ocurridos de enero a noviembre de 2021 y los 15 mil de 2010 a la fecha, así como los más de 9 mil fallecidos debido a la enfermedad Covid-19.
Los días de Sinaloa están marcados por los desaparecidos y los muertos. El calendario fúnebre de la violencia impide que estemos en paz y allí continúa la interminable jornada de interrogación sobre dónde está el gobierno, qué hacen las instituciones de seguridad pública y de procuración e impartición de justicia, por qué a la población pacífica se le somete por el crimen que anda a sus anchas, con sus arsenales de guerra, por las calles.
Todo esto inicia con el “vivos se los llevaron; vivos los queremos” en las plazas principales de las ciudades con el desconcierto que allí encuentra desahogo en las únicas catarsis disponibles: las del llanto, impotencia y desespero que alientan a la no rendición. O alzando la vista al cielo con la esperanza de que caigan de allá las respuestas, señales y esperanzas cuando lo que cae en estas épocas es más plomo candente esparcido por quienes no quieren vida sino eliminación.
Somos, nosotros, solamente la reminiscencia de los seres amados que han partido no por motivos naturales sino por los impulsos inhumanos de los incivilizados. Ha quedado la huella perene de cada inmolación o “levantón” perpetrada con los gatilleros de los gobernantes de facto, inclusive de autoridades negligentes que permitieron que murieran los infectados del virus SARS-Cov-2 sin darle la medicina y atención requeridas, ese rastro que denuncia, acusa y sentencia a instituciones y políticos pusilánimes.
Los seres entrañables que hemos perdido constituyen la evidencia de delitos por los que nadie responde. Instituyen también el tribunal público, los cadalsos populares, la normatividad de las mayorías que esperan con inaudita paciencia a que la constitucionalidad funcione antes de que se rompan aquellas expectativas que han logrado contener la tentación de la justicia aplicada por mano propia. Hasta ahora el coraje y la frustración han podido ser domadas por la fe en que sea el gobierno el que gobierne.
Fue así como llegamos a otro diciembre, un cierre de año más y la Navidad agregada a la larga espera, acompañando a las víctimas con el recuerdo antes de que el olvido las revictimice. Con esas sillas vacías los invocamos en la Plaza Obregón, en la mesa de la casa, en el sofá de la reunión de Noche Buena, porque no nos queda otro homenaje para ellos que nunca debieron andar los caminos de la desventura, que tenían que asistir al ahora y al aquí para ser felices en vez de doblarnos la tristeza.
Y mientras tanto que los días corran con la monumental interrogación sobre el destino de los desaparecidos y muertos de la violencia y la correspondiente impunidad que disfrutan los victimarios, por los que perdimos en la pandemia sin haber sido asistidos adecuadamente por la salud pública, los niños y niñas a expensas del cotidiano salvajismo y el cruel desamparo en que los dejamos, los desplazados por los comandos del narco sin oportunidad alguna de defenderse, y los feminicidios que son el principio de cualquier forma de barbarie.
Sin ellos no hay Feliz Navidad. Perdidos los momentos en que los abrazábamos, ya para qué abrazar las penas de sus ausencias y el rencor hacia los culpables directos e indirectos de tantas soledades perpetradas. Aunque en ese perímetro del vacío, de laberinto donde un día se extraviaron las alegrías, tenemos que encontrar hoy nuevos derroteros.
Feliz Navidad es un decir,
Si depende la existencia,
De la fuerza de resistencia,
Y no del derecho a vivir.
Pero a pesar de todo esta noche es Noche Buena y mañana es Navidad, lo cual nos propicia momentos para la introspección personal y colectiva a partir de inquirirnos con rigor autocrítico si estamos haciendo lo correcto para generarnos mejores oportunidades de vida con bienestar. Así, entre copa y ponche, risa y nostalgia, villancico y buñuelos, hay que robarles a las dificultades los instantes que ocupamos para reinventar el trayecto y la coexistencia. La gran ofrenda a nosotros mismos es encontrarnos y fortalecernos. ¡Que todos sean felices!