La tercera ola: una pandemia moral
El comportamiento de los contagios en Sinaloa, y particularmente en Culiacán, han aumentado de forma estrepitosa los últimos días. Lo que parecía hace apenas unas semanas el inicio del fin de la pandemia, se convirtió en el retorno de una pesadilla que ahora nos arrebata la vida de jóvenes, niños y adultos vacunados, de los que creíamos estaban a salvo de esta terrible enfermedad.
Las cifras oficiales significan el retorno de la narrativa de la muerte, de los caídos en esta lucha de sobrevivencia, una realidad de lo que parece ser el exterminio selectivo de una pandemia que no se ha ido y que avanza, sigilosa e invisible, como atroz paradoja de nuestro tiempo, a la vista de todos y sin poder verla.
El caso de Culiacán es el ejemplo más inquietante. La tendencia del crecimiento de los contagios es notablemente mayor al de otros municipios del estado. Del lunes 12 de julio al lunes 19, las estadísticas dan cuenta del oscilante crecimiento de la enfermedad y los fallecidos, junto a la angustia y el sufrimiento de miles de familias.
Las cifras son estas: Culiacán, lunes 12 de julio, 391 infectados; martes, 236; miércoles, 201; jueves, 296; viernes, 317; sábado, 328; domingo, 390; lunes 19 de julio, 374; sumando en 8 días al menos 2 mil 533. De los decesos en este mismo periodo, se registran 135 en la entidad, 65 en Culiacán. Si esto no es un estado de emergencia para la ciudad capital, es que no estamos mirando bien y nos gana la indulgencia, la estupidez y el egoísmo.
Las cifras por sí solas son escalofriantes. A 508 días del primer contagio en Sinaloa, han fallecido más de 6 mil 659 personas, con un promedio de poco más de 391 fallecidos por mes. En Culiacán la estadística señala más de 2 mil 474 con un promedio de 145 muertes al mes.
La tercera ola de los contagios de Covid-19 nos llegó a Sinaloa cuando nos preparábamos para vivir una nueva normalidad anunciada por el entusiasmo de las vacunas y la disminución de la pandemia según datos oficiales, una renovada esperanza sostenida más por el deseo y la confianza, colocó a muchos como presa fácil del coronavirus SARS-CoV-2.
Hay quienes atribuyen que el aumento de la pandemia es resultado de los descuidos del pasado proceso electoral, donde no respetaron los protocolos de salud dictados por las autoridades del IEES. Sin embargo, las fechas entre el final de las campañas y el rebrote no coinciden.
Para otros fue el arribo de la tripulación de un barco de la India en el puerto de Mazatlán y el inexplicable descuido de las autoridades marítimas responsables de inspeccionar los riesgos de salud en tiempos de pandemia. Sin embargo, si bien la llegada del barco indio y el rebrote de contagios sí coincide con el comportamiento de los contagios en Culiacán, según cifras oficiales, no concuerdan en proporción con los de Mazatlán, ya que Culiacán presenta al menos el triple de contagiados que los dados conocer en el puerto.
De igual manera vemos cómo la opinión pública, por un lado responsabiliza a las autoridades de los tres órdenes de gobierno, de no haber sido capaces de prever la tragedia y por su falta de voluntad y coordinación para controlar los altos niveles de contagios y defunciones; mientras que por otro lado responsabiliza igual a un gran sector de la ciudadanía, que sin mayor cuidado y sin medir consecuencias, expuso a sus familias en lugares públicos, a pesar del anuncio de la llegada de una tercera ola.
Hoy la realidad nos golpea de nuevo y sin ninguna consideración vivimos una forma de posverdad de lo que sucede, en tanto que la pandemia, además de cobrar vidas y causar daños irreparables, también expone nuestra fragilidad moral ante el sufrimiento de los demás, mientras atinamos a quién culpar y cómo justificar el recuento de nuestros actos.
No hace mucho que en Sinaloa se cuestionaba nuestra indolente capacidad para perder el asombro ante la violencia, hoy en plena pandemia, aprendemos también a perder el asombro ante la muerte, de muchas de ellas que sabemos bien, pudieron ser evitadas.
Cuando inició toda esta historia de tristeza y contrariedad, supimos que habríamos de enfrentar una peligrosa crisis de salud y una difícil crisis económica, pero ahora, ante los últimos sucesos, nos damos cuenta de que también enfrentamos la tristeza de una crisis moral que se padece entre la resignación, la pérdida del asombro y la falta de solidaridad. Economía, salud y moral, tres elementos de nuestra vida social que ahora nos urgen a dar una solución ética personal que logre reunir el equilibrio que haga posible salvar la vida como principio fundamental.
Mientras tanto, pocas son las voces que se expresan para convocar la acción ciudadana y de los gobiernos para cambiar la difícil situación. Una clase política que guarda silencio en tanto atiende sus propias prioridades. Salvo el caso del dirigente del PAS, Héctor Melesio Cuén, quien en días pasados, consternado por el aumento de contagios y hospitalizaciones, criticó el manejo de la pandemia de parte del Gobierno federal y estatal; el resto de políticos y candidatos electos ajustan sus agendas con encargos que poco o nada tienen que ver con la emergencia que ahora se vive.
Hasta aquí mi reflexión, los espero en este espacio hasta el próximo martes 3 de agosto. Cuídense mucho en estas vacaciones.