La Suprema Corte y los límites al poder reformador

Roberto Heycher Cardiel
17 octubre 2024

La Constitución Política de un país no es simplemente un compendio de normas; es un conjunto de principios y valores fundamentales que orientan la vida pública. La democracia no es solo un ideal, sino un derecho subjetivo que garantiza la legitimidad del sistema político. En este contexto, los tribunales constitucionales juegan un papel crucial: proteger el núcleo democrático de cualquier reforma que lo amenace. Si el poder legislativo, en nombre de la voluntad popular, intenta subvertir estos principios fundamentales, es el tribunal constitucional el encargado de defender el orden democrático.

La dualidad de la Constitución: material y formal

La Constitución formal, escrita y codificada, contiene las reglas básicas del juego político. Sin embargo, una verdadera democracia constitucional también comprende una dimensión material: un sigstema axiológico que engloba los valores que trascienden la letra del texto. Principios como la dignidad, la libertad y la división de poderes no son negociables. La democracia es más que la regla de la mayoría; implica respeto por las minorías y salvaguarda de los derechos fundamentales.

Este enfoque material permite que la Constitución evolucione sin perder su esencia. Robert Alexy define los derechos fundamentales como principios, no reglas rígidas, sugiriendo que deben ser optimizados dentro de los límites de cada situación. La labor del tribunal constitucional es, por tanto, más que la interpretación literal del texto; es una búsqueda constante por mantener la coherencia entre las normas y los valores subyacentes.

El control de las reformas constitucionales

La reforma de la Constitución no es un cheque en blanco para el legislador. Si bien el poder de reforma es parte del ejercicio democrático, no puede contradecir los principios esenciales que sostienen el pacto constitucional. Los tribunales constitucionales deben ejercer un control sustantivo, garantizando que ninguna modificación socave la estructura democrática del Estado.

Ejemplos internacionales demuestran la importancia de este control. En Colombia, la Corte Constitucional ha desarrollado la teoría de la sustitución de la Constitución, anulando reformas que alteran la identidad del sistema democrático. En India, la Corte Suprema impide reformas que violen la estructura básica de la Constitución, protegiendo así los pilares fundamentales del orden constitucional. Estos casos evidencian que la legitimidad de una reforma no radica solo en su procedimiento formal, sino en su contenido material.

¿Reforma o retroceso?

Las recientes reformas constitucionales han generado preocupación. Propuestas que buscan, entre otras cosas, la elección popular de jueces, amenazan con politizar el Poder Judicial, debilitando su independencia. La independencia judicial es la columna vertebral de una democracia saludable, garantizando que las decisiones se tomen con base en el derecho y no en la popularidad.

La inclusión de figuras afines al Ejecutivo en el sistema judicial es un signo de alerta. Si el tribunal constitucional no actúa como contrapeso, el equilibrio de poderes corre el riesgo de romperse. Reformas que debilitan la división de poderes en nombre de la voluntad popular son un claro retroceso. La historia enseña que la democracia no se construye mediante mayorías absolutas, sino mediante el respeto a las reglas del juego y a los derechos fundamentales.

La responsabilidad esencial del tribunal constitucional

La labor del tribunal constitucional no se limita a la interpretación técnica de las normas; es una función política en el sentido más noble del término, orientada a la preservación del pacto social. Al intervenir en las reformas que amenazan la estructura democrática, el tribunal asegura que los valores que sostienen la Constitución permanezcan intactos. Su misión no es solo proteger el presente, sino garantizar que las generaciones futuras hereden un sistema democrático sólido.

La democracia como compromiso y derecho

La democracia no es un concepto estático; es un proceso dinámico que exige vigilancia constante. Los tribunales constitucionales tienen el deber de impedir que las reformas constitucionales destruyan la esencia del orden democrático. En México, como en otras democracias, el futuro del sistema político depende de la capacidad de las instituciones para resistir los embates del poder.

En última instancia, la democracia es un derecho que no puede ser vulnerado ni siquiera por la mayoría. Preservar su esencia es responsabilidad compartida entre ciudadanos, instituciones y tribunales. Cada decisión que socava los principios democráticos es un paso hacia la autocracia. La pregunta no es solo si las reformas son posibles, sino si son justas y coherentes con los valores que definen nuestra convivencia. Es aquí donde la Suprema Corte encuentra su mayor reto y su razón de ser: asegurar que el pacto democrático no se rompa.

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