La sonrisa etrusca
La sonrisa es un lenguaje universal que hermana, alivia e invita al encuentro. Normalmente, es un signo afable, comprensible y transparente; sin embargo, en ocasiones es enigmática, atrayente y misteriosa, como la que muestra el famoso cuadro de la Mona Lisa o Gioconda, pintado por Leonardo da Vinci: o la de Cupido, en El amor victorioso, de Caravaggio.
En la escultura es posible también encontrar sonrisas paradigmáticas, como la del llamado Sarcófago de los esposos, que es una urna cineraria del Siglo 6 antes de Cristo, encontrada en la Necrópolis de la Banditaccia, y muestra la figura de unos esposos etruscos recostados en el triclinio o diván para comer, mientras esbozan una expresiva sonrisa.
José Luis Sampedro utilizó esta escultura para titular una de sus exquisitas novelas: La sonrisa etrusca, pues narró que el protagonista, Salvador Roncone, estaba admirando esta obra -en Villa Giulia, de Roma- mientras esperaba que su hijo Renato pasara a recogerlo para llevárselo a vivir con él a Milán.
Roncone, de 67 años, vivía solo en un pueblo de Calabria, Roccasera, donde ocupaba todos sus pensamientos en “La rusca”, como llamaba al cáncer que padecía, y en un enemigo apodado “El Cantanotte”.
En Milán se operó un cambio radical en el áspero carácter de este viejo hosco, pues lo embelesa Bruno su pequeño nieto de 13 meses, aunque no embona mucho con Andrea, su nuera. El nombre del nieto le parece feliz coincidencia, pues él recibía ese apodo cuando era partisano.
Otra feliz relación es la que estableció con una señora llamada Hortensia, con quien mantuvo una compensadora convivencia. En fin, la novela narra la transformación que se operó en ese rudo y machista hombre de campo, cuando puede vivir y expresar los sentimientos que creía no tener.
¿Ofrezco una sonrisa?