La solidaridad
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Ha finalizado el patético 2020, un año plagado de angustia y marcado por una contrastante dicotomía entre el temor y la temeridad en torno a la pandemia de Covid-19. Por un lado, el temor al contagio que en casos se extremó a grado de psicosis, y por otro lado la temeridad degradada por la irracionalidad.
Estas morbosas manifestaciones se pudieron constatar mediante los casos de personas que confundieron la recomendación de quedarse en casa con una prescripción de confinamiento extremo y se autocondenaron a un aislamiento drástico y al encierro en una cápsula de pánico que las separó del entorno exterior, así se tratara de su propia familia y de todas sus amistades.
En contraste actuaron las personas que rechazan cualquier acatamiento a las medidas sanitarias de prevención contra el contagio viral, y que llegan al grado de negar la existencia de la pandemia pese a estar rodeados de enfermedad y de muerte. Esta absurda actitud, por desgracia de proporción multitudinaria, aportó una amenaza más, que pudo contribuir a la proliferación del elemento contaminante. Por tanto, se significa como una irracional negación de la solidaridad que se requiere ante la actual realidad.
La llegada del año que hoy empieza mueve a esperar que en este tránsito cronológico encaje la intención del refrán que reza: “año de pares (2020), daños y pesares; año de nones (2021), dones y millones. Es decir que el naciente 2021 done a la humanidad el recurso de la ansiada vacuna y que ésta constituya el medio eficaz para proteger a millones de personas.
Sin embargo, en el ámbito nacional esta nueva etapa inicia ensombrecida por la incertidumbre que fue el amargo pan nuestro de cada día en el 2020, pues, aunque ya empezó la aplicación de la vacuna, persisten muchas imprecisiones y dudas en torno a la suficiencia de cobertura de ese recurso y a la eficacia basada en una programación y aplicación atinada y consciente.
Ya desde antes de la llegada de la vacuna al País, en las “mañaneras” se desplegaron especies triunfalistas como la de declarar “misión cumplida” en una exaltación que a nadie convenció. A eso se ha sumado la posición antagónica sobre la posesión y distribución de la vacuna que en un principio se pretendió monopolizar por parte del Gobierno de la 4T; propuesta que por fortuna fue retirada.
En el inicio de la incipiente etapa de vacunación, el director del centro médico del IMSS en Toluca abusó de su autoridad al disponer que se aplicaran las primeras vacunas disponibles a él y a dos miembros de su familia, violando así los protocolos de programación que fijan como prioridad la atención al personal médico más vulnerable. El hecho de que la respuesta inmediata haya sido la condena del Presidente Andrés Manuel López Obrador y la suspensión del arbitrario galeno se registra como un acto congruente que en lo sucesivo debiera obrar como ejemplo.
Inmersos en esta realidad, la exaltación de “feliz año nuevo”, por muy sincera que pueda ser, suena y se recibe como un cumplimiento un tanto ocioso y en todo caso hasta irónico, pues a lo más que puede aspirarse es a tener la capacidad de mantener latente la esperanza.
Sucede lo mismo con la exaltación de “feliz Navidad”, cuya celebración en el 2020 preservó el espíritu de calor humano, de convivialidad y generosidad, pese a las limitaciones por la pandemia.
Permítaseme concluir con un recuerdo personal que me remite a la cena navideña que hace varias décadas compartimos dos familias. Llegó la hora del tradicional brindis que incluyó a los niños y ellos brindaron por sus papás, por sus regalos y hasta por el pavo que se sirvió. Y como en el poema “El Brindis del Bohemio”, de Guillermo Aguirre y Fierro, sólo faltaba un brindis, más no el de Arturo, sino de mi hija, Elizabeth, que entonces tenía 8 años de edad. Ella parecía no compartir de aquel ambiente festivo cuando dijo: “Yo brindo por todos los niños que esta noche no pudieron cenar”. Confieso que me conmovió y me enorgulleció esa muestra infantil de un sentimiento tan necesario ante la actual realidad, como es el de la solidaridad.