La soledad del pensador

Rodolfo Díaz Fonseca
23 agosto 2020

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Es ampliamente conocida la escultura de El pensador, de Auguste Rodin, originalmente proyectada para formar parte del conjunto de figuras de La puerta del infierno que decoraría el Museo de Artes Decorativas de Francia, pero no culminó el proyecto. Sin embargo, posteriormente forjó una escultura de mayor tamaño que se encuentra en el Museo Rodin, aunque hay muchos originales múltiples en diferentes ciudades del mundo.

En un principio se le llamó El poeta, porque representaba a Dante, pero cuando la escultura fue independizada y adquirió mayores proporciones alcanzó su propia identidad, como expresó el mismo Rodin:
“Siguiendo mi inspiración original, ejecuté otro “Pensador”, un hombre desnudo sentado sobre una roca, los dedos de los pies agarrándose de los bordes extremos. Su cabeza sobre su puño, preguntándose. Pensamientos fértiles lentamente nacen en su mente. Él no es un soñador. Él es un creador”.
Al independizar la escultura, tal vez Rodin quiso resaltar la soledad que se requiere para pensar con profundidad, como también el esfuerzo físico y mental que se requieren para realizar esta profunda actividad, de ahí la fortaleza y vigor que plasmó en los músculos del pensador.
En ocasiones se cree que pensar es una ocupación inútil, como respondía Juan Villoro, de niño, cuando le preguntaban la actividad de su papá, el filósofo Luis Villoro: “Mi papá no hace mucho; se la pasa pensando todo el día”.
El ruidoso mundo actual no invita al pensamiento, puesto que requiere soledad y silencio, no bullicio y algarabía, como precisó Nietzsche: “El pensador, si quiere recuperar la visión de lo grande, debe vendarse los ojos y apartarse en soledad, y si quiere escuchar la voz intemporal del ritmo propio de las cosas, debe taparse los oídos y alejarse del tumulto del presente”.
¿Procuro soledad y silencio?
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@rodolfodiazf