La sinfonía del alma

Rodolfo Díaz Fonseca
07 octubre 2021

Nuestra vida está integrada por alegrías y tristezas, oportunidades y obstáculos, éxitos y fracasos. La preponderancia de los acontecimientos obedece a nuestro estado de ánimo, que tiñe con multitud de colores su espectro.

Nuestra alma se encoge o engrandece dependiendo de la fortaleza con que afrontamos la adversidad. Pudiéramos compararla con una sinfonía que alterna vibrantes y tristes movimientos con tiempo y estructura diferentes: allegro, adagio, presto, lento, andante, scherzo, rondó e, incluso, sonata.

De Haydn se cuentan entre 104 y 106 sinfonías; de Mozart 41, aunque en realidad son más; de Beethoven nueve, pero electrónicamente se completó la décima; de Schubert nueve, aunque la famosa es la octava o inconclusa; de Dvorak nueve, y la más conocida es la novena o Del nuevo mundo; de Tchaikovsky seis, entre ellas la sexta o patética; de Mahler 9, con el melancólico adagietto de la quinta, reproducido en la película Muerte en Venecia, entre otros compositores.

Mención especial merece Beethoven, quien con todo y su defecto físico fue capaz de crear majestuosas sinfonías, además de innovar con el coro final en la novena, mediante la icónica y alegre oda a la alegría, al igual que hizo posteriormente Mahler con el místico y solemne final de su segunda sinfonía, titulada Resurrección.

Nuestra alma interpreta celestial sinfonía, como señaló Pino Donaggio en su canción de 1961: “La música que siento es como sinfonía; el coro de los ángeles me hace soñar todavía, quisiera que este sueño fuera realidad”.

Lo importante es la conjunción de los instrumentos, escribió Pessoa, en el Libro del desasosiego: “Mi alma es como una orquesta oculta; no sé qué instrumentos rechinan y tocan en mi interior, cuerdas y arpas, timbales y tambores. Solo me reconozco como sinfonía”.

¿Cuál es la sinfonía de mi alma?