La revolución de la ternura
El sentimiento de la ternura lo hemos reservado, en muchas ocasiones, para las mujeres o los niños. Basados en el dicho de que el hombre deber ser feo, fuerte y formal, declinamos manifestar signos de flaqueza, cariño, amor o debilidad.
Sin embargo, como señaló Gabriela Mistral (seudónimo de Lucila Godoy Alcayaga), en su poemario titulado Ternura, cualquier manifestación genuina del corazón puede ser catalogada como ternura.
Uno de sus comentadores, Luis Oyarzún, expresó: “El pan, el agua, la sal, el aire, la luz, las alondras, la montaña, las frutas, el fuego, la casa, la tierra son, entre muchos otros, los testimonios de un alma que llega a un deleite puro en el contacto con las cosas más simples, esas mismas cosas que poseen algo de santo por la ternura humana que palpita en ellas”.
El Papa Francisco, en repetidas ocasiones, ha subrayado la necesidad de emprender una “revolución de la ternura”. En una charla TED, en que participó el 26 de abril de 2017, mencionó: “La ternura es el amor que se hace cercano y concreto. Es un movimiento que parte del corazón y llega a los ojos, a los oídos, a las manos”.
Bergoglio especificó: “La ternura es usar los ojos para ver al otro, usar los oídos para escucharlo, para sentir el grito de los pequeños, de los pobres, del que teme el futuro, escuchar también el grito silencioso de nuestra casa común, la tierra contaminada y enferma... La ternura significa usar las manos y el corazón para acariciar al otro, para cuidarlo. Es el lenguaje de los más pequeños, del que tiene necesidad del otro”.
Con claridad, enfatizó: “No es debilidad la ternura, sino fortaleza. Es el camino de la solidaridad, la vía de la humildad”.
¿Propago esta tierna revolución?