La realidad abandonada

Óscar de la Borbolla
07 octubre 2021

La frontera entre el sueño y la vigilia fue puesta en duda por Descartes, siglo XVII, en Las meditaciones metafísicas cuando, para deshacerse de la certeza que tenemos de nuestro propio cuerpo, dice que en muchas ocasiones nos soñamos con un cuerpo que, la verdad, no tenemos. Y en efecto, para el durmiente o el despierto la experiencia no solo de tener un cuerpo, sino de encontrarse en medio de una realidad es igualmente vívida. Lo que soñamos posee tanta viveza como lo experimentado en la vigilia como lo constata cualquiera que haya despertado de una pesadilla con el corazón y el pulso a todo galope y con una sensación de terror que tarda en irse.

Pero más allá de si sueño y vigilia sean o no indiscernibles, lo interesante radica en descubrir que las imágenes oníricas y las imágenes que aparecen en nuestra conciencia cuando son provocadas por los objetos son, en un caso y otro, la misma cosa, es decir, representaciones en nuestra conciencia. Unas, claro está, son provocadas por las cosas que están afuera de nosotros y las oníricas son producto de nuestra fantasía o, si se prefiere, de nuestro inconsciente. Lo que queda claro con Descartes es que todo resulta una representación en nuestra conciencia.

Los sentidos permiten que nos representemos un mundo al que llamamos la verdadera realidad, pero hay otros mundos, otras representaciones en nuestra conciencia: el mundo de los sueños, el mundo alucinado al que inducen los narcóticos o incluso el mundo letrado que se enciende en nuestra conciencia gracias a la lectura. ¿Por qué la representación que producen los sentidos cuando, por supuesto, la percepción no está adulterada por alguna droga es la que consideramos verdadera si todas las otras también son representaciones igualmente vívidas? Esta pregunta señala hacia un problema muy profundo, pues no basta con decir que es la representación estándar o, como decía Heráclito: “los despiertos tienen un mundo en común”, “el mismo para todos”, ya que si la analizamos con cuidado, solo muy a grosso modo nos representamos lo mismo: cada quien según sean las particularidades de su aparato perceptual, sus referentes léxicos, su cultura, su ideología, su momento histórico tiene una percepción distinta, una representación particular del mundo.

Y sin embargo, el acuerdo es unánime, el mundo verdadero es este, el que está ante nosotros cuando no estamos dormidos y soñando, el que reaparece cuando cerramos las páginas de un libro... la pregunta subsiste: ¿por qué hemos fijado nuestra residencia en el mundo vigil si es tan vívido como el onírico o el literario?

¿Por qué -atrevámonos a formular una pregunta descabellada- si pasamos el 36 por cierto de nuestra vida dormidos no hemos fijado nuestra realidad allá? Esta pregunta se me ocurre ahora, porque prácticamente las horas de vigilia nos las pasamos metidos en la realidad virtual (yo, al menos, según reporte de mi computadora, tengo un promedio de 10 horas diarias aquí. Aquí escribo estas palabras, leo y envío mensajes, doy clases, hago operaciones bancarias, platico con mis seres queridos, veo series, entro a videojuegos, dicto pláticas, grabo programas de radio...). Soy un oniriconauta, un cibernauta, un lectornauta y tan solo estoy en el mundo, el que es “el mismo para todos”, unas pocas horas (8 dormido, 10 frente a la pantalla: 2 leyendo... lo que me deja como resto 4 horas diarias): tal vez menos de 4.

Si todo es representación en la conciencia, y mi conciencia se puebla mayoritariamente con representaciones oníricas, con representaciones virtuales, con representaciones literarias... ¿qué caso tiene pensar que habito en este mundo del que, en los hechos, tantos hemos desertado? ¿Por qué sigue fijándose la residencia aquí si el aquí prácticamente está abandonado?