La perfección verdiana
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El ser humano no es perfecto sino perfectible, señala un axioma filosófico. Sin embargo, aunque no pueda alcanzar la perfección, debe constituirla en el horizonte que guíe sus esfuerzos en busca de la excelencia.
Es cierto que Jesús recomendó: “sean perfectos como su Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48), pero conocía que el hombre es débil y comete errores, de ahí que también exhortó a pedir con humildad el perdón de todas las ofensas, fallas y errores (Mt 6,12).
El ideal de perfección es la estrella que conduce los esfuerzos del ser humano en pos de su progreso y desarrollo. Sabe que no la alcanzará, pero no ceja en aplicar todos sus esfuerzos por lograrla, como expresó Mario Benedetti: “La perfección es una pulida colección de errores”.
El 10 de octubre de 1813 nació en Roncole di Bussetto (Parma) el compositor italiano Giuseppe Verdi, quien trascendió en la historia por la búsqueda de la perfección en el canto operístico. Escribió 27 grandes óperas, además de que rehízo algunas otras. En gustos se rompen géneros, pero podemos resaltar entre sus mejores óperas: Nabucco, Rigoletto, El Trovador, Aída, Otello, Macbeth, Falstaff, Luisa Miller, Ernani, Los dos Foscari, Un baile enmascarado, La fuerza del destino, Simon Boccanegra.
Verdi exigía que los intérpretes de ópera no se basaran solamente en su voz, aunque les pedía vocalidades nuevas y distintas, sino que, además, era imperativo que mostraran excelentes dotes escénicas.
“A Verdi, comentó el escritor y periodista Eugenio Checchi, implacable no le importaba cansar a los artistas, atormentarlos por horas y horas con el mismo aparte: y hasta que no alcanzara aquella interpretación que, a su juicio, parecía acercarse a la menos peor de su ideal mental, no pasaba a otra escena”.
¿Persigo infatigable la perfección para alcanzar la excelencia?