La película ‘La Sustancia’: los excesos de la juventud son un legado imborrable
En la juventud, esa etapa de energía inagotable y confianza en la inmortalidad, nuestras decisiones suelen estar moldeadas por el deseo de disfrutar el presente sin pensar en las consecuencias futuras. Sin embargo, el cuerpo humano, aunque increíblemente resiliente, tiene límites que no podemos ignorar. Los excesos, sean en forma de una mala alimentación, abuso de sustancias, sedentarismo o privación de sueño, no desaparecen sin dejar rastro; al contrario, se acumulan lentamente, como una deuda biológica que eventualmente debemos pagar. Esta realidad se asemeja a la trama de la película La Sustancia, donde un organismo aparentemente inofensivo se convierte en una fuerza devastadora, transformando irreversiblemente a quienes toca. Así también, los hábitos de la juventud moldean nuestro futuro de maneras que ni la medicina ni la tecnología pueden deshacer por completo.
Diversos estudios han demostrado que los efectos acumulativos de los excesos en el cuerpo humano afectan profundamente la calidad y duración de nuestra vida. Por ejemplo, el consumo crónico de alcohol durante los años formativos no solo daña el hígado, sino que también afecta el cerebro en desarrollo, especialmente en las áreas responsables de la memoria y el control de impulsos. Incluso si una persona abandona el alcohol en la adultez, los cambios estructurales en el cerebro permanecen. De manera similar, el abuso de alimentos ultraprocesados ricos en grasas trans y azúcares simples durante largos periodos aumenta el riesgo de enfermedades metabólicas como diabetes tipo 2 y obesidad. Los jóvenes con dietas altas en grasas saturadas tienden a mostrar marcadores elevados de inflamación crónica incluso a edades tempranas, un estado que puede predisponerlos a enfermedades cardiovasculares, cáncer y trastornos neurodegenerativos.
La privación de sueño, común entre quienes priorizan estudios, trabajo o actividades recreativas, es otro exceso que cobra factura a largo plazo. La falta de sueño prolongada afecta no solo el rendimiento cognitivo, sino que también incrementa el riesgo de hipertensión, obesidad y depresión. Además, se sabe que la privación crónica de sueño deteriora las células gliales responsables de eliminar desechos metabólicos en el cerebro, lo que puede acelerar el desarrollo de enfermedades neurodegenerativas.
Un fenómeno particularmente preocupante es la forma en que los excesos de la juventud afectan a los sistemas más críticos del cuerpo. El sistema cardiovascular, por ejemplo, es especialmente vulnerable a los efectos acumulativos de una mala dieta y el sedentarismo. Aunque el cuerpo pueda tolerar años de abusos, los depósitos de colesterol en las arterias, conocidos como placas ateroscleróticas, comienzan a formarse incluso desde la adolescencia. Estas placas, aunque inicialmente silenciosas, pueden llevar a eventos catastróficos como ataques cardíacos o accidentes cerebrovasculares en la edad adulta. Asimismo, el sistema inmunológico se ve comprometido por el estrés crónico y la inflamación, lo que reduce la capacidad del cuerpo para combatir infecciones y enfermedades autoinmunes.
La metáfora con La Sustancia se vuelve más clara al considerar la naturaleza insidiosa y acumulativa de estos daños. En la película, la entidad comienza como algo aparentemente inofensivo, pero su crecimiento imparable y su capacidad para transformar todo lo que toca en algo irreconocible reflejan cómo los excesos de la juventud erosionan lentamente nuestro cuerpo y mente. Cada noche sin dormir, cada comida chatarra, cada cigarro o bebida no son eventos aislados; son parte de un proceso continuo que transforma nuestro organismo desde dentro, acumulando cambios que no siempre se pueden revertir.
Si bien la medicina moderna ofrece herramientas para mitigar algunos efectos, como medicamentos para controlar la presión arterial o tratamientos para el hígado graso, el daño fundamental muchas veces es irreversible. Las arterias endurecidas por la aterosclerosis no recuperan su elasticidad original, y las cicatrices en el hígado causadas por la cirrosis no desaparecen. Incluso el cerebro, con su notable plasticidad, no puede regenerar las neuronas destruidas por el abuso de sustancias o los estragos del estrés oxidativo.
En la juventud, vivimos bajo la ilusión de que somos invencibles, pero cada decisión tiene un costo. Aunque los cambios positivos en la adultez pueden mejorar nuestra calidad de vida, no pueden borrar completamente el daño hecho. Como en La Sustancia, donde los intentos de contener la amenaza solo retrasan lo inevitable, nuestras acciones en la juventud se convierten en un legado que cargamos para siempre. Este conocimiento, lejos de ser una condena, debería servir como un recordatorio de que nuestras elecciones hoy son las que determinan la vida que tendremos mañana. La biología nos enseña que no podemos escapar de las consecuencias, pero podemos elegir vivir de manera que minimicemos el impacto de los excesos. Si bien no podemos detener el reloj, podemos aprender a trabajar con él, escribiendo un futuro más saludable con cada decisión consciente que tomemos en el presente.
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