La otra cara de una revolución
Noviembre no es sólo el mes de la Revolución Mexicana. Otros acontecimientos importantes se dieron en ese mes, en ese mismo periodo histórico y muy ligados en detonante profundidad.
Ayer, 23 de noviembre, se cumplió un aniversario más del fusilamiento del sacerdote Miguel Agustín Pro en 1927, acusado de haber participado en un atentado contra el candidato a la Presidencia -por segunda vez- Álvaro Obregón.
Todo esto en contra de los principios enarbolados por el mártir Francisco I. Madero, provocando divisiones en la triunfante familia revolucionaria. Obregon llegó al trono sobre las tumbas de Villa, Zapata, Carranza y antiguos generales suyos.
La polémica ejecución de Pro, junto con la de su hermano y el ingeniero Luis Segura Vilchis, también declarado beato por la iglesia en 1988, fue parte del caldo de cultivo que propiciaron el descontento y el inicio de la llamada Guerra Cristera.
Algunos historiadores, como Jean Meyer, consideran que la Revolución Mexicana debería incluir a “La Cristiada” como una parte relevante del mismo proceso histórico.
A toda revolución, como fue el caso de la francesa en la que de seguro pensaba Meyer, históricamente también le corresponde una contrarrevolución o intento de ella. El caso de la situación cubana y las guerras con los “rusos blancos”.
Durante la primera etapa de la Revolución Mexicana acaecieron ejecuciones de sacerdotes; de hecho el futuro beato Anacleto González Flores fue testigo de unas en Jalisco, siendo parte del villismo, y eso sembró su acercamiento a la rebelión, sobre todo porque el carrancismo también atacaba iglesias y conventos en Jalisco.
También es cuestión de equilibrio declarar aquí que no pocos sacerdotes intervinieron antes en contra del proceso de la Revolución, a título personal, y se dio el terrible caso de algunos que aprobaron la muerte de Madero, incluyendo a un Obispo que lo declaró ante el diario El Imparcial.
Esas situaciones fueron vistas por los revolucionarios como la intervención de un gobierno extranjero -El Vaticano, que entonces era más grande y muy monárquico-, aliado con obispos estadounidenses... quienes finalmente negociarían la paz con Elías Calles.
No creyeron los hombres del poder que la Cristiada fuese una auténtica parte de una expresión del descontento social frente al movimiento armado y el camino audaz de las reformas políticas.
Necesitamos ponernos en el momento y la situación, muy diferentes al actual, aunque a veces el descontrol y el fanatismo parecen reeditarse, al modo de Nietzsche.
Un documento importante son las memorias del General Roberto Cruz, de orgulloso origen yaqui, quien participó en el movimiento revolucionario junto con los sinaloenses Ángel Flores y José Aguilar Barraza, destacándose en la batalla por Hermosillo, donde se derrotó definitivamente a Pancho Villa, luego de las hecatombes de Celaya. Su hoja de servicio era intachable.
Roberto Cruz era jefe de policía en la Ciudad de México, y le tocó el proceso de investigación del atentado en que se arrojó una bomba al vehículo en marcha del General Obregón. Uno de los heridos implicados, según los testimonios oficiales, señaló al Padre Miguel Agustín Pro, al ser sonsacado por un agente que se fingió correligionario suyo en el hospital.
El Padre Pro no estaba involucrado en el resistencia del movimiento político, más que nada su participación era en dar misas y comuniones clandestinas. Por cierto, apenas tenía dos años de haber sido nombrado sacerdote y había vivido varios años en Estados Unidos y Bélgica, aunque de joven fue seminarista. Tenía 36 años y su misión era acercarse a los obreros de Orizaba y Río Blanco.
El escándalo: no se encontró ninguna prueba fuerte que lo vinculara, salvo que el vehículo usado en el ataque Obregon había sido propiedad de su hermano. Al ser noticia pública su detención, procedió a entregarse el ingeniero Luis Segura Vilchis y afirmó ser el responsable de todo el proceso y estar dispuesto a enfrentarlo.
Muchos años después, en octubre de 1961, Julio Scherer García entrevistó al General mochitense para el Excélsior , y describe así a Miguel Pro ante la muerte.
“Veía de frente e iba vestido de negro. Era trigueño, moreno pálido, de figura agradable, con rostro de hombre inteligente y culto. No me dijo nada cuando pasó cerca de mí. Yo tampoco me dirigí a él. Luego lo vi en el paredón, demacrado, sin una gota de sangre, con los labios que parecían de papel. Y segundos después escuché la descarga cerrada de los cinco soldados que lo ejecutaron”.
Pidió que lo dejaran rezar y se lo concedieron. Entonces, perdonó al que lo había condenado (Calles) y a los hombres del pelotón de ejecución. De inmediato se levantó, y antes de ser fusilado, se puso de pie y extendió los brazos en cruz con el Santo Rosario en una mano y el crucifijo en la otra. Luego gritó: “¡Viva Cristo Rey!”.
La estación de policía donde fue la ejecución se demolió y hoy se alza ahí el edificio de la Lotería Nacional. Antes, fue casa del yerno de Porfirio Díaz.
En otra ocasión, el General Cruz declaró de Luis Segura Vilchis que “a ese sí deberían hacerlo santo porque si era muy hombre”.
El balance de este cisma social aún está pendiente. Por lo pronto, en el ya cercano 2027 se cumplirá un siglo de las muertes de estos protagonistas de la historia. No se sorprenda usted si son canonizados; mas aún si sigue como Obispo de Roma un sacerdote de origen jesuita.