La opinión

Miguel Ángel González Córdova
28 febrero 2020

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magco7@hotmail.com

 

Desde la muy remota etapa de mi niñez mi memoria registra noticias o comentarios sobre lo que ahora se conoce como violencia de género, cuya manifestación homicida se tipifica como feminicidio. Entre mis recuerdos destaca el caso de Gregorio “Goyo” Cárdenas, asesino serial que allá por el año de 1942 llegó a sumar al menos cinco víctimas en la humanidad de otras tantas mujeres a las que enterró en el patio de su casa. Ya en 1952 surgió otro tristemente célebre feminicida, tal fue el llamado Higinio Sobera de la Flor. Eso por cuanto a la violencia letal, pues el maltrato, el acoso o la discriminación eran conductas machistas toleradas por las mismas ofendidas y contempladas por la sociedad como males endémicos.

Actualmente ese fenómeno social está registrando una escalada alarmante, pero al mismo tiempo se presenta un cambio radical en el entorno social, pues la actitud de las víctimas, antes pasiva y hasta sumisa, ahora se torna en una intolerancia reivindicatoria cuyas manifestaciones reflejan la búsqueda de justicia y en algunos casos el hartazgo detona los estallidos de una indignación liberada.

Desde tiempos inmemoriales han surgido luchadoras en pos de la emancipación femenina. Ahora ese paradigma está cundiendo, y así se manifiesta en varios países de América Latina, desde luego en México donde, mediante la jornada de inactividad y ausentismo masivo prevista para el 9 de marzo próximo, las mujeres están propuestas a demostrar el valor vital que en la vida nacional tiene la participación femenina, y que en presencia activa no ha sido aquilatado en toda su dimensión.

La adhesión que entre todos los ámbitos del país está captando ese movimiento de inamovilidad - valga la paradoja - programado para el 9 de marzo con el lema “el nueve ninguna se mueve” cobra constancia plena en la posición un tanto insólita de abierto respaldo por parte de instituciones como la Secretaría de la Defensa Nacional y la Secretaría de Marina. Destacan también hechos como el registrado en el Congreso del Estado de Sinaloa, donde la solidaridad entre las diputadas está rompiendo las barreras de las siglas partidistas y los intereses políticos para formar un solo frente de apoyo.

La promoción del paro femenil está captando aceptación entre instituciones del Gobierno Federal, como las Secretarías de Educación y la de Relaciones Exteriores; sin embargo, no ha encontrado la misma empatía en todos los ámbitos. Así se percibe en la postura adversa de algunas funcionarias de la llamada 4T, en tanto que el Presidente Manuel Andrés López Obrador etiqueta al “nueve ninguna se mueve” como una maquinación con factura derechista, fifí, y hasta neoliberal, lo cual evidencia una réplica ante la franca adhesión con la que cúpulas empresariales del país está respondiendo ante la iniciativa feminista.

Es evidente que la incidencia de asesinatos con carácter de feminicidios se está presentando con una alarmante frecuencia tanto más indignante cuando, mediante crímenes incalificables, se cancelan promisorios proyectos de vida de jóvenes estudiantes o se cercena la incipiente existencia de niñas y aun de bebés, pero es posible que esa impresión resulte ahora más impactante cuando crece la contestataria actitud del sector femenino determinado a obrar como un acicate contra la impunidad.

La manifestación denominada “tendedero”, mediante la cual las estudiantes están canalizando sus protestas contra el acoso de los maestros, mediante acusaciones con nombre y apellido, surge ahora como una nueva forma de canalizar la determinación de justicia por parte del sector femenino; sin embargo, cabe observar la contrariedad que entre el sector docente provoca el hecho de que ese novedoso ejercicio se realice en forma anónima por parte de las denunciantes, pues tal circunstancia abre la posibilidad de que se dé curso a resentimientos que no tengan relación con alguna forma de acoso.

De acuerdo con tal observación, el “tendedero” podría decaer en arma de dos filos. Eso dicen algunos maestros que no se oponen al uso del “tendedero”, pero sí al anonimato. Cuestión de opinión.