La Nao y la luna: José Juan Tablada

Juan José Rodríguez
06 marzo 2017

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José Juan Tablada, el gran escritor con raíces en Mazatlán, tiene una novela perdida que llamó La Nao de China, concepto legendario ligado al pasado mercante de nuestra región.

Fue el introductor de la poesía ideográfica, al modo de las escrituras china y japonesa. Algo exótico en el afrancesado México del Porfiriato.

Para llegar al puerto de sus abuelos, en 1897, el joven José Juan Tablada emprendió un viaje largo y lleno de iluminaciones como si hubiese llegado al Lejano Oriente. Tan distante en ese entonces estaba Mazatlán de la ciudad de México que tuvo que llegar en barco desde Colima.

Por aquí pasaba la Nao de China. La distancia más corta entre el Oriente y la Nueva España tampoco era una línea recta.

La ruta era de una larga curva desde Manila, ascendiendo al norte y luego en descenso por la Alta California hasta las costas de Acapulco, trazando una silueta de delfín cuando la Nao se desviaba hacia Mazatlán para dejar contrabando.

El vientre del galeón exhalaba aroma de pimienta negra, nuez de la India, sedas de Sumatra, tinta china en barras que luego podría volverse líquida en el tintero. 

Desde una caverna avistaban la llegada de las velas y la voz corría en el puerto. Viene la Nao de China, desviada de ruta hacia Acapulco, por lo que descenderá su cargamento prohibido.

El Mar de Cortés. El conquistador lo descubrió desde lo alto de un cerro en Sinaloa. Un amarillo y amargo mar. Tablada llegó aquí en barco.

José Juan subió al vapor y mira las rocas encrespadas, farallones prehistóricos, murallas de Jericó ante la artillería de la sal y el rumor de las caracolas. En otro tiempo conoció libros con ilustraciones de cortes geológicos. Pero aquí miró al fin las montañas tajadas por el hacha de Dios, como el cerro del Faro. Alguna vela de una barca apareció como una pluma llevada por el soplo de Poseidón.

Tablada hizo una acuarela de su llegada a Mazatlán que hoy atesora la familia Patrón.

Llega la noche y la silueta de aquellas montañas parece vislumbrarse en el azul del horizonte, sobre el fósforo del oleaje. Las entrañas del vapor resuenan entre el carbón y el martillo de las bielas, pero a pesar de su estruendo, el barco asemeja una mota de polvo sobre un tapiz ante el viento.

La luna. Una dama blanca emerge de la sombra. Opaco cristal donde comparece a la diosa de marfil. José Juan la mira desde el camarote. Toda ella. ¿Será la misma en Cipango o verán los chinos una cara distinta en sus nieves eternas? El poeta Li Po se arrojó ebrio de poesía y vino a un arroyo donde se reflejaba la luna. Tablada no es Li Po. No es capaz de arrojarse al mar, pero tal vez algún día pueda cruzarlo. Es mayor mérito cruzar un océano que arrojarse de bruces a un arroyo. Aunque sea en China.

A veces, es más largo el viaje que se hace entorno a la poesía. Quien recorre el mundo y sigue siendo él mismo no ha salido de su alcoba. José Juan Tablada conoció el primer oriente en Mazatlán. Murió exiliado en Nueva York en 1945, pocos después las explosiones atómicas que sacudieron el oriente y toda nuestra historia.

Uno de sus poemas más conocidos y más innovadores es Nocturno, donde dice que la luna en Nueva York siempre será la misma en todas partes. También la luna de Mazatlán.