La Nana de la Sierra, esa mujer valiente y hacendosa
12 marzo 2018
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La casa donde vive La Nana está a la entrada del poblado, allá en la sierra. Al frente de la casa, cruzando la calle, están unas cruces blancas y, al pie de ellas, un ramo de flores, también blancas. Son alcatraces, que crecen naturalmente en la serranía. Las cruces están porque en ese espacio, pero de este lado de la calle, asesinaron a tres jóvenes en el marco de la violencia que desataron a mediados del año pasado. Cuando los familiares de los difuntos quisieron poner las cruces, ella les pidió que no lo hicieran junto a su puerta, donde quedaron los despojos de uno de los asesinados. De quedar ahí -les dijo- todos los días durante toda su vida se acordaría de la tragedia.
Eran los días de aquella ola de terror impuesto por las balaceras en toda la región. La Nana, por el temor a convertirse ella misma en víctima fatal, tuvo que salir del pueblo -como todos- donde nació y creció y tuvo a sus hijos. Se refugió en una colonia de Mazatlán rodeada de sus hermanas, hijos, nietos, sobrinos. Veintitantos en una casita de dos recámaras, por la que pagaban mil pesos de renta. Era verano, de manera que cuando no llovía dormían en el patio, pero, cuando sí, lo hacían dentro, todos juntos, sentados, recargados contra la pared. Un baño y una cocinita para todos. Pasados los meses, ella regresó a su pueblo, a su casa. Las cruces siguen ahí; sus animalitos -gallinas, marranos- y otras pertenencias, ni sus rastros.
La Nana es muy mal hablada, como ella misma dice: “¿Profe -me pregunta- a poco no traía el culo fruncido de miedo la primera vez que vino?”. Le contesto que todavía. Como para justificarse por ser “mal hablada” dice que porque nunca fue a la escuela, que no pudo. “Es que mire, profe, la vida ha sido muy dura: nos quedamos huérfanas cuando estábamos muy chicas todavía. Yo me hice cargo de la familia porque era la mayor. Criaba animales, vendía comida, puse una tiendita, sembraba.... ¡Había qué chingarle, pos que más!”.
Cuando le preguntamos sobre cómo está ahora el pueblo, nos dice que “de la chingada. La gente ya se está regresando, pero mire, aquí no tenemos ni siquiera una enfermera. Pa’ una consulta tenemos que ir a Concordia o hasta Mazatlán. Y hay que pagar la medicina, porque ellos nunca tienen”. Y en efecto, lo mismo dice el comisario del pueblo: que desde el año pasado la clínica está vacía, que “ni siquiera una enfermera”, a pesar de que los políticos les prometieron todo con tal de que se regresaran. “Hasta chivos y gallinas nos iban a traer. Puras mentiras”, nos dice gritando y con enojo. Hay mucho dolor y mucho coraje en todos los pueblos de la sierra.
La Nana, pese a todo, no pierde su sentido del humor: “Muchachas -les dice a las de la comitiva-, vénganse el sábado al bautizo y, si vienen, hasta se arma el baile. Aquí hay unos muchachos pa’ que les muevan el canasto”. Las muchachas sueltan la carcajada. “Ay sí, vengan -dice una de las sobrinas-, nos hace falta distraernos para dejar de pensar en lo mismo”. Sin que lo mencione, nosotros sabemos que se refiere a las tracateras desatadas el año pasado, y que todavía siguen latentes en toda la región. Las personas como La Nana, esta gran y hacendosa mujer, hacen llevadera la vida cotidiana con su lenguaje franco y sus ocurrencias.
POSDATA: En el camino de regreso a Mazatlán, yo pienso que durante el próximo proceso electoral, el partido en el poder no podrá contar con el voto verde, al menos con las cantidades y tan fácilmente como lo hacía antes.