La muerte de un líder y el camino a la reconciliación en la UAS

Jorge Ibarra M.
01 agosto 2024

El lamentable desenlace de Héctor Melesio Cuén Ojeda debe abrir el camino a la reflexión y reconciliación de los universitarios.

En nada abona al esclarecimiento de la verdad el lanzar acusaciones forzadas de homicidio de estado, si antes los universitarios cuenistas no hacen un retrato honesto y complejo de lo que fue su líder.

Las circunstancias que enmarcan su terrible asesinato dan a entender que Héctor Melesio sabía moverse en todos los círculos de protección que un político sinaloense puede aspirar para amasar tal cantidad de poder y fortuna, como lo acumulado por Cuén.

La posible reunión con Zambada no es un hecho insólito en las aparentes relaciones universitarias con el crimen organizado. En 2015, el Gobierno mexicano detectó la presencia de Joaquin Guzmán Loera en una reserva ecológica de la UAS, en Cosalá.

Tampoco se puede pasar por alto el apoyo que en su momento Cuén brindó a Lucero Hernandez, ex pareja de Guzmán, para convencer al Partido Acción Nacional de que la postulara a una diputación federal en 2013 por el mismo municipio de Cosalá.

Así pues, si lo que pretendemos como sociedad es que se haga justicia, ninguna hipótesis para resolver el crimen debe ser descartada. Apresurar señalamientos, sin considerar todas las posibilidades, sólo indica la deplorable disposición de algunos para utilizar una desgracia con tal de seguir con la negativa de abrir la Universidad a los cambios democráticos.

La versión de una persecución política que difunden desde los micrófonos de Radio UAS debe ser puesta en tela de juicio de manera crítica, y los universitarios tenemos que encaminarnos ya hacia un proceso de reconciliación, en el que la reforma a Ley Orgánica sea el punto de encuentro.

Esta reconciliación debe considerar una cabal comprensión de la relación que tenía Cuén con los universitarios. Esto nos ayudará a dilucidar de manera empática por qué al interior de la UAS, más que un cacique, su seguidores lo consideraban un auténtico líder.

Y aunque a la oposición universitaria nos parezca difícil de aceptar, hay que hacer un esfuerzo por entender los intentos por beatificar la figura del que fue cabeza de un movimiento sumamente exitoso en la conformación de una estructura de lealtades y beneficios.

Para muchísimos universitarios “El maestro” fue un benefactor por medio del cual obtuvieron una oportunidad de trabajo en un momento en el que escasea la certidumbre laboral.

Su idea de conformar un partido local sirvió como catalizador de las aspiraciones dispersas de muchos a los que su movimiento les brindó una poderosa meta a seguir, despertando así la motivación y el sentido de pertenencia que últimamente también escasean en las frías y burocráticas organizaciones.

Su carisma, una mezcla entre sencillez y poder, crearon alrededor de él una mítica de empresario exitoso, salvador universitario, político habilidoso y padre de familia amoroso y responsable. Por todo esto, Cuén fue un patriarca que supo hacer sentir protegidos a los que estaban próximos a su persona.

Protección que, sin embargo, estaba supeditada a un férreo sistema de opresión y recompensas corporativas, que en los últimos tiempos se viciaron todavía más con la corrupción y el lascivo desvío de recursos institucionales.

Quienes pretendan reformar la Universidad deben tener en cuenta esos elementos de cohesión que hicieron posible al cuenismo. Porque, para que la Universidad avance, la UAS tiene que convertirse en el manto que cubra a todos los sinaloenses.

Que el conocimiento, la cultura y la innovación produzcan mejores condiciones de empleo y seguridad, ya no sólo en beneficio de un pequeño grupo, sino de toda la población en el Estado; y que el Desarrollo y la paz en Sinaloa sean la principal motivación y razón de ser del universitario.

Por último, quiero hacer extensivo tanto mi pesar por la muerte de Héctor Melesio Cuén Ojeda, como mi condena por la forma en que acabaron con su vida. No somos individuos aislados, la muerte agresiva de cualquier sinaloense nos duele y nos disminuye, porque, como escribió John Donne: “Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte de la masa. Si el mar se lleva un terrón, toda Europa queda disminuida, tanto como si fuera un promontorio, o la casa señorial de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; y por consiguiente, nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti”.

-

jorge.ibarram@uas.edu.mx