La muerte de la muerte

Rodolfo Díaz Fonseca
10 junio 2020

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@rodolfodiazf

Conocí la poesía de John Donne gracias al epígrafe que colocó Ernest Hemingway en ¿Por quién doblan las campanas?: “Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte de la tierra; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia; la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad; y por consiguiente, nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas; doblan por ti”.

La muerte es un rostro muy presente y familiar en esta pandemia, no sólo porque fallecen personas conocidas y entrañables, sino porque somos parte de una fraternidad globalizada y universal. Pero, aunque sea doloroso partir, la muerte no tiene la última palabra.

Donne, sacerdote anglicano incluido entre los llamados “poetas metafísicos”, pronunció en 1631 un sermón fúnebre titulado “Duelo por la muerte”, apenas dos meses antes de fallecer, en el que estaba completamente seguro de que la muerte era solamente un tránsito: “este exitus mortis será un introitus in vitam, es decir, esa instancia de nuestra muerte será de todas formas el ingreso en la vida eterna. Y estas tres consideraciones -nuestra redención a morte, in morte, per mortem: de la muerte, en la muerte y por la muerte”.

En un poema titulado “Muerte, no seas orgullosa”, escribió: “Muerte, no seas orgullosa, aunque algunos te hayan llamado poderosa y terrible, no lo eres; porque aquellos a quienes crees poder derribar no mueren, pobre Muerte; y tampoco puedes matarme a mí.

“¿Por qué te muestras tan engreída, entonces? Después de un breve sueño, despertaremos eternamente y la Muerte ya no existirá. ¡Muerte, tú morirás!”.

¿Cómo conllevo la muerte?