La más cierta incertidumbre

Rodolfo Díaz Fonseca
05 noviembre 2020

""

rfonseca@noroeste.com

rodifo54@hotmail.com

 

Algunas vidas son largas, pero no significa que esas personas hayan vivido más. Una hora con la persona amada es más intensa y gratificante que la vida más prolongada y extensa que podamos imaginar. Sea corta o larga nuestra vida, lo único que importa es cuánto amor prodigamos en ese efímero transcurrir. Por eso, poéticamente expresó el filósofo Gabriel Marcel: “Amar a alguien es decirle: tú no morirás jamás”.

Sin embargo, la realidad física de nuestro paso por la vida comprueba que la muerte es nuestra incertidumbre más cierta, como decía una danza medieval: “A morir voy. Nada más cierto que la muerte cierta, nadie sabe el momento y hora. A morir voy. A morir voy. Polvo, reducido a polvo: La misma ley que existir me hizo. A morir voy. A morir voy. A otros sigo, otros me siguen. Ni el primero soy ni seré el postrero. A morir voy”. Tal vez lo que nos mata no es la muerte, sino la incertidumbre del saber qué habrá después. Para algunos, la incertidumbre supone un infinito agobio y angustia. Sí, puede ser frustrante que se vean truncados los sueños, planes y proyectos; empero, sólo lo serán para quienes depositan absoluta e íntegramente en su control, fuerza, poder e inteligencia el resultado de sus acciones.

Valgan unos fragmentos del poema “Canto a la vida después de la muerte”, de Torcuato Luna de Tena, para cantar humildemente la certeza del agradecimiento: “Gracias, Dios mío, por haber nacido y del antiguo sueño despertado. Y ahora que ya no soy, por haber dado a aquel que fui, la gloria de haber sido… ¡Si hoy duermo es porque estuve ayer despierto! ¡Que el alto privilegio de estar muerto es la confirmación de haber vivido!”.

¿Encuentro sentido en la cierta incertidumbre?