La hora de los albañales

Ernesto Hernández Norzagaray
14 noviembre 2020

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jehernandezn@hotmail.com

"Agustín y Enrique Coppel han estado financiando las acciones del Senador Rubén Rocha Moya", para tener el "control de Morena en Sinaloa", señaló enfático y maliciosamente Carlos Guzmán de grupo de noticias ABA, en la conferencia mañanera de AMLO del pasado miércoles. Hablaba, sin más evidencia que su propio dicho, su discurso tenía un tono más acusatorio, balconeo, a corre-ve-y-dile que a periodismo que en eso lamentablemente está deviniendo este esfuerzo contra informativo. Y es que basta poner un dicho bajo las linternas mediáticas de La Mañanera para que esa afirmación se multiplique en las acríticas redes sociales y en el chismorreo público.

Y es que el interés de una campaña sucia no está en informar sino inocular una idea falsa, hacerla parecer como verdad, para conseguir, si se puede, el objetivo que es instalar la duda. Y no cualquier duda, la del Presidente López Obrador, que tiene a Rocha Moya en buena estima, recuérdese que vino a Sinaloa y le ofreció la candidatura al Senado de la República. Y este ha sabido aprovecharla de manera que aparece frecuentemente en el primer lugar en las encuestas serias de intención de voto como aspirante de Morena al gobierno del estado.

Otro caso, de campaña sucia, es el de Juan Alfonso Mejía López, el todavía Secretario de Educación y Cultura del gobierno del Estado, quien está siendo vapuleado constantemente con el fin no de bajarlo de esas mismas encuestas donde todavía no termina de despuntar, sino del ánimo del Gobernador.

Se ha circulado una historia negra del padre de Mejía López, quien de acuerdo con ella, fue un médico de la mafia y habría sido asesinado brutalmente junto con otros galenos cuando fallaron en la cirugía plástica que le habían practicado al narcotraficante Amado Carrillo. Más, recientemente, se le asoció como el promotor de una encuesta de percepción por su desempeño en la secretaría a su cargo. Igual, que en el caso de Rocha se busca inocular la duda, la certeza de que está moralmente incapacitado para ser el candidato de la alianza local hegemonizada por el PRI.

La factura de la campaña sucia es sincronizada y está centrada en las emociones propias de un proceso electoral, es decir, las simpatías o animadversiones que provoca este tipo de mensajes. Con ella se busca provocar reacciones negativas en el Presidente López Obrador y en el Gobernador Quirino Ordaz, sobre estos políticos y en última instancia en la decisión que ambos deberán tomar en los próximos meses para dotar de candidatos a la próxima contienda por los votos entre los sinaloenses.

Y es que, en el caso de Morena, aunque hay varios tiradores no parece tener mejor candidato, después de una ya larga campaña de posicionamiento donde está su desempeño como Senador y gestor social. En el caso del PRI, las cosas aparentemente parecen más complicadas de acuerdo a la formalidad institucional, si Juan Alfonso está y continúa en el ánimo del gobernador, no está fácil, porque es un político que hasta donde se sabe pertenece al PAN, aunque aparentemente se haya distanciado de su partido luego del fracaso en sus aspiraciones internas -por ahí, el dirigente estatal del blanquiazul, lo ha puesto en una lista donde están otros tres posibles candidatos a Gobernador, lo que podría significar que si no es en el PRI, pudiera ser en el PAN. Nunca antes visto.

Y aunque estamos en tiempos heterodoxos y posmodernos, donde todo se vale, porque aparentemente ha desaparecido la ideología, y las marcas electorales son flexibles pues se acomodan a las circunstancias y personajes, como lo demuestra las alianzas que ha pactado la triada PRI-PAN-PRD en Baja California, Michoacán y Sonora, está por verse la reacción que provocaría que el PRI postule a un candidato de la competencia histórica y para empezar ya se fue Sergio Torres a competir para gobernador por la franquicia Movimiento Ciudadano. Algo indica que Sinaloa, no aparezca en las alianzas pactadas por esa triada, y la consecuencia es que el gobernador no ha decidido entrar en este juego de alianzas para tener más manejo en el juego sucesorio. Y, se impone la prudencia, si aquellos juegos de poder están pensados y percibidos para obstaculizar el gobierno de López Obrador en la segunda mitad de su gestión presidencial. Quirino Ordaz no parece querer ser parte de ese juego nacional.

Obviamente estas campañas sucias no hacen mella en López Obrador, ni en Ordaz Coppel, son políticos que se mueven en clave de proyectos, y aun con piedritas en el camino, actúan y actuarán en consecuencia. O sea, para que una campaña sucia sea eficaz es necesario que se genere una sintonía entre el mensajero y el destinatario. Aun cuando sea un globo que estalla en la comunidad de unas redes sociales sometidas constantemente a ese tipo de mensajes y desde donde se obtiene en el mejor de los casos una muestra de disgusto efímero, momentáneo, como el instante de una fotografía.

Creo, entonces, que los promotores de este tipo de mensajes sórdidos yerran, pues nunca van a hacer cambiar las lógicas que dominan el ejercicio del poder. Y están llamados a ser una anécdota de mal gusto en este proceso sucesorio. No es desaprobando moralmente al eventual candidato de una u otra alianza, como se alcanzaría el otro objetivo, que es el de allanar el camino a quien está pagando esta campaña de albañales. Quien, seguramente, está en el hoyo de las preferencias y peor mal asesorado, buscando por esta vía flotar en la atmosfera preelectoral.

En definitiva, las campañas sucias, se han vuelto un instrumento auxiliar de la lucha política, con las que tiene cargar nuestra singular democracia, y no son del todo malas, porque las que sí son historias reales aun manipuladas, permiten conocer mejor a los candidatos y al ciudadano tomar mejores decisiones al momento de votar lo que no significa un juego de suma cero donde lo que pierde un candidato o partido, lo gana otro candidato o partido.
¡Al tiempo!