La historia interminable
Hay obras inconclusas de extraordinaria belleza, ya sea porque el autor voluntariamente decidió no concluirlas, o porque el fallecimiento u otra causa se lo impidieron.
En música tenemos claros ejemplos, como la Sinfonía Inconclusa, de Schubert (que consta de dos movimientos); o el Réquiem de Mozart (completado por un discípulo). Incluso, en otras artes, como la pintura o escultura se habla de una “estética de lo inacabado”.
En literatura hay una narración que no se declara inacabada, sino interminable. Efectivamente, el escritor alemán Michael Ende tituló a su novela La historia interminable.
El protagonista es un niño de 11 años, Bastián Baltasar Bux, quien descubrió ese ejemplar en una librería en que se venden libros de ocasión y en un descuido del dueño se lo llevó: “Era como si el libro tuviera una especie de magnetismo que lo atrajera irresistiblemente”.
Rápidamente lo escondió entre sus ropas y salió con él: “Eso era, exactamente, lo que había soñado tan a menudo y lo que, desde que se había entregado a su pasión, venía deseando: ¡Una historia que no acabase nunca! ¡El libro de todos los libros!”.
Ende precisó que esto no lo entendería: “Quien no haya pasado nunca tardes enteras delante de un libro, con las orejas ardiéndole y el pelo caído por la cara, leyendo y leyendo, olvidado del mundo y sin darse cuenta de que tenía hambre o se estaba quedando helado...”.
Añadió: “Quien nunca haya llorado abierta o disimuladamente lágrimas amargas, porque una historia maravillosa acababa y había que decir adiós a personajes con los que había corrido tantas aventuras, a los que quería y admiraba, por los que había temido y rezado, y sin cuya compañía la vida le parecería vacía y sin sentido...”.
¿Me adentro en paisajes remotos e historias interminables?