La gracia del mar

Rodolfo Díaz Fonseca
31 mayo 2020

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@rodolfodiazf

En acompasado ritmo, las olas vienen y van. Se resisten a morir en la tornasolada alfombra de la playa. Cada ola es incesante danza y movimiento, como grácil doncella que cimbra su cuerpo al andar. Su cadencioso ritmo es poético para los enamorados, pero cuando Poseidón despierta, desata tormentas y descarga un colosal enojo que altera toda armonía y periodicidad. Así, el original pentagrama del vaivén es transformado por cinco movimientos del tempo: largo, adagio, andante, allegro y presto.

Quien nace acunado por el mar nunca lo dejará de amar. Ésta es una certeza más indubitable que la cartesiana. El mar forma parte de ti, circula por tus venas y arterias, construye muelles en los arrecifes de tus huesos, entona celestiales melodías con las sirenas de Ulises e imprime un encendido atardecer en el faro de tus ojos.

Hoy rendimos culto a los intrépidos y fieles marinos, pero es una festividad que -como otras muchas- hemos permitido que decaiga y se olvide su virginal significado. En Mazatlán, aunque el edificio de La Casa del Marino no sea patrimonio histórico, hemos dejado que se derrumbe su temple y vigor en saqueadas y desvencijadas instalaciones.

¿Dónde quedó la henchida satisfacción de cantar: “Cadete soy de la naval, mi orgullo es ser marino, cantando voy un himno al mar feliz con mi destino”. O aquel otro himno: “Como el águila en el cielo, como el albatros sobre el mar, volamos siempre con anhelo en nuestra fuerza aeronaval”.

O el de los infantes de Marina: “Guardianes somos de la patria y a nuestras playas cuidamos sin cesar con el orgullo de ser infantes, infantes fieles de tierra y mar”.
Nunca debemos olvidar que la gracia del mar se funde con la gracia de amar.

¿Valoro a los marinos?