La genuflexión
Pensar que todos los diputados o senadores de Morena están convencidos de que las reformas, como la del Poder Judicial son en beneficio de México, es cuando menos ser iluso. Doblar la rodilla o como el título lo dice la Genuflexión, es una actitud no sólo recurrente sino una práctica obligatoria si se quiere “progresar” dentro de la estructura partidista. Atender intereses mezquinos o malsanos, es necesario sí así corresponde a los intereses del líder o líderes. Pero esta historia y esta práctica no son propiamente morenistas, la hemos visto repetirse en el PRI y por supuesto en el PAN, y eso sólo por mencionar aquellos que han tenido la oportunidad de liderar la nación desde lo federal, porque la práctica de la genuflexión se pide en todo partido y proyecto político, desde el más chiquito hasta el más grande.
Espero que no se me malinterprete, la necesidad de reformar muchas cosas en nuestro País está, el supuesto de que el Poder Judicial debe ser reformado es correcto, pero en las detalles está el diablo, o Dios según sea el caso, y aunque esta columna no pretende explicar la reforma judicial ni ninguna otra, sí pretendo señalar el porqué debemos terminar con la práctica de la genuflexión y el seguidor fanático.
En la esfera política, el deber primordial de un partido debería ser la defensa del bien común, en lugar de anteponer sus propios intereses o ambiciones. Esta premisa no solo se basa en principios éticos, sino que también encuentra sustento en ejemplos históricos que demuestran que priorizar el bienestar general conduce a sociedades más justas y equilibradas. A lo largo de la historia, han existido numerosos casos en los que los partidos que actuaron en función de sus propias agendas han causado estragos en el tejido social, mientras que aquellos que se atrevieron a romper con esa práctica han cosechado beneficios duraderos.
Desde sus inicios, los partidos políticos han sido diseñados como instrumentos para representar las necesidades y aspiraciones de la ciudadanía. Sin embargo, no es raro que a medida que los partidos evolucionan, sus líderes se desvíen de este principio fundamental y se enfoquen en sus propias ambiciones personales o en mantener el poder. Un ejemplo claro de esto puede observarse en numerosas dictaduras y regímenes autoritarios, donde partidos que inicialmente proclamaron defender el bien común terminaron convirtiéndose en herramientas de represión. En tales sistemas, el interés del partido prevalece sobre el interés colectivo, lo que resulta en violaciones a los derechos humanos y una ciudadanía despojada de su voz.
A lo largo de la historia, hemos visto que aquellos partidos que se han atrevido a priorizar el bien común sobre sus propios intereses han emergido como fuerzas positivas de cambio. Movimientos sociales y políticos, como el sufragio femenino o los derechos civiles en Estados Unidos, son ejemplos palpables de cómo la justicia social ha sido defendida por un grupo de ciudadanos que, a pesar de no tener una representación política directa, han logrado hacer eco del deseo de cambio. Estos movimientos han impulsado reformas que no sólo beneficiaron a un grupo específico, sino que también fortalecieron la democracia y la cohesión social en su conjunto.
Una de las ventajas de romper con la práctica de priorizar los intereses partidistas radica en la creación de una mayor confianza pública en las instituciones. Cuando un partido actúa de manera congruente con el principio del bien común, se genera un vínculo más fuerte entre la ciudadanía y sus representantes. Esta confianza es fundamental para el funcionamiento de la democracia, pues un electorado que siente que sus intereses y necesidades están siendo atendidos es más propenso a participar activamente en el proceso democrático, promoviendo así una cultura política más saludable. Además, fomenta la colaboración y el diálogo entre diferentes sectores de la sociedad.
Los problemas que enfrentan las naciones son complejos y multifacéticos; por lo tanto, su solución requiere la contribución de diversos actores. Pensar y actuar de manera colectiva nos vuelve más propensos a trabajar en conjunto con otras organizaciones, instituciones y movimientos sociales, creando así un enfoque más holístico para abordar los desafíos sociales, económicos y ambientales.
El compromiso con el bien común debería ser el faro que guíe las acciones de los partidos políticos. La historia nos ha enseñado que aquellos que se atreven a romper con la tradición de priorizar sus propios intereses no sólo logran generar un impacto positivo en la sociedad, sino que también fomentan una cultura de confianza y colaboración. Promover los valores del bien común no es sólo un imperativo ético; es una inversión en un futuro más próspero y justo para todos. La política, en su esencia más pura, debería ser una herramienta para el servicio colectivo y nunca un medio para la perpetuación del poder.
Estoy seguro que un día esto no será un sueño, por necesidad o por la razón.
Gracias por leer hasta aquí. Nos leemos pronto.
Es cuánto.
Pd. Siga el aguante, Noroeste, que el periodismo nos hace falta, por muchos años más. ¡¡¡Felicidades!!!
Pd2. Un abrazo hasta el cielo a don Fran, nos vemos en el eterno oriente.
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@isaacarangureconacentoenlae