La filosofía y el mar
El mar siempre ha subyugado al ser humano. El rítmico y acompasado vaivén de las olas invita a la calma, meditación, poesía y reflexión. Es cierto que, agitado por una tormenta, fustiga implacable a navíos y costas por igual. Pero, normalmente, transmite música que tranquiliza el ánimo, aquieta el corazón y motiva el pensamiento crítico y reflexivo.
De hecho, desde su origen, la filosofía occidental está ligada con el mar, pues nació en las costas de Jonia y Grecia, bañada con la sabiduría del conocimiento y subyugada por la danza de míticas sirenas.
El Mar Mediterráneo le sirvió de cuna y endulzó su oído con coplas de caracoles. El interminable ir y venir de las olas habló a los filósofos del permanente fluir, del incesante preguntar y del eterno retorno.
El navegar por el mar se convirtió en metáfora del viaje de la vida. Había que enfilar la proa hacia el ser y bucear en sus abisales profundidades para depositar en la playa el ansiado autoconocimiento.
El mar, como dice la canción, no solamente arrulla, sino que también inspira y motiva a surfear en las olas de la reflexión, mientras el eco del pensamiento teje sutil hamaca con la espuma del mar.
¿Cómo no maravillarse ante este cadencioso espectáculo de movimiento y armonía? ¿Cómo evitar ser arrastrado por las olas de la duda, admiración y asombro? ¿Cómo replegarse ante esta incomparable sinfonía?
Sabiamente dijo el escritor Vicente Botín: “El mar no es egoísta; exige su tiempo, un tiempo diferente cada día, pero no todo el tiempo. Una travesía larga en el mar induce a la reflexión, a la observación. Desde la lentitud se pueden descubrir los infinitos matices del mar. Sus colores, el tamaño de sus olas, sus sonidos...”.
¿Filosofo con el mar?