La familia Kostakowsky en México

Alejandro De la Garza
31 julio 2022

A manera de evocativo reconocimiento, el sino del escorpión lo lleva a perfilar en trazos rápidos el periplo vital de una familia de emigrantes de origen ruso-ucraniano, llegada a nuestro país en 1925 y, por sus aportaciones artísticas, protagonista relevante en la conformación de la cultura mexicana del siglo viejo. Jacobo Kostakowski y su esposa Ana, junto con sus hijas Olga y Lya, participaron de la vida cultural mexicana desde los años veinte y contribuyeron a ella de manera extraordinaria en la música, las artes plásticas, la literatura, el periodismo... El alacrán abrevia esta aventura creativa.

El músico Jacobo Kostakowsky tenía 32 años al desembarcar en el puerto de Veracruz, en septiembre de 1925, junto con su esposa Ana Fabricant y sus hijas Olga, de 12 años, y Lya, de 6. Jacobo había nacido en 1893 y Ana en 1894 (?) en la ciudad portuaria de Odesa, a orillas del mar Negro, en el sur de Ucrania, territorio en esos años dividido entre el Imperio Austrohúngaro y Rusia, pero al cabo integrado a la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas luego de la Gran Guerra y la Revolución de Octubre (el arácnido recuerda de inmediato la escena “las escaleras de Odesa”, de la cinta clásica de Eisenstein El acorazado Potemkin). Hacia 1912, la pareja recién casada debió emigrar a Alemania, donde nació su primera hija, ahí vivió la guerra y, en 1919, la llegada de su segunda hija. A causa del activismo político de Jacobo en favor de la efímera República Socialista de Baviera, el músico fue encarcelado por más de un año. Cuando finalmente alcanzó la amnistía, la familia decidió emigrar a México.

Para documentar su historia, el arácnido acude al espléndido volumen Jacobo Kostakowsky en México: una aproximación al contexto musical de los años treinta (IIE-UNAM, 2006), de la muy capaz investigadora y académica uruguayo-mexicana Olga Picún, quien destaca la calidad artística del violinista, llegado a nuestro país con certificados de los conservatorios musicales de Múnich, Leipzig, Viena y París, además de credenciales de músico profesional de Berlín. Jacobo estudió violín con Otakar Ševčík, composición con Vincent d’Indy, dirección de orquesta con Max Reger y armonía con el mismo Schönberg.

En México, se integró como compositor, intérprete y educador a la actividad del movimiento cultural vasconcelista y, ya nacionalizado mexicano, en los años treinta se unió a la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR), al Partido Comunista Mexicano (PCM) y al Sindicato de Trabajadores de la Enseñanza (STERM). La obra de Kostakowksy comprende música para piano solo, violín y piano, conjuntos de cámara, conciertos para violín, piezas corales y vocales con letras de poetas mexicanos y más... En total, cerca de 200 obras compuestas en México, 150 de ellas sin estrenar, apenas cinco partituras publicadas hasta 2003 y sin ninguna grabación editada, lamenta Picún, quien rescata lo escrito sobre el violinista por Silvestre Revueltas en 1938: “Un músico siempre postergado, siempre arrinconado”, marginación a la cual se atribuye el poco conocimiento del artista, fallecido en 1953.

La mayor de las hermanas, Olga (1913-1993), pasó por la Academia de San Carlos en 1933, pero los apremios económicos la llevaron a trabajar al mostrador de una tienda. Llegó después al taller de litografía dirigido por Emilio Amero, donde conoció al pintor José Chávez Morado, con quien compartiría su vida desde entonces. Continuó sus estudios de artes plásticas y su dedicación a la pintura hasta lograr su primera exposición individual en 1945, ya con el nombre de Olga Costa. Uno de sus cuadros más conocidos La vendedora de frutas, sintetiza las características de su estilo.

La imbatible Raquel Tibol destaca en Olga Costa el descubrimiento de atributos propios, distintivos y muy elevados en la producción plástica mexicana, muchos de ellos ni siquiera reconocidos nacionalmente. “Los frutos tropicales fueron el vehículo con el cual transitó del arte ingenuo al naturalismo, al esquematismo geométrico y al neofauvismo”, y de ahí a “un refinamiento cromático cada vez mayor, más sugerente, más inventivo”. Desde 1966 se estableció en Guanajuato, junto a Chávez Morado, ambos trabajaron en la creación y promoción de museos. Buena parte de su obra plástica forma parte de las colecciones del Museo de Arte Moderno. Olga Costa falleció en 1993.

La hermana menor, Lya, fue una poeta, escritora y periodista cultural de excepción, una de esas mujeres habitadas por el encantamiento y la inteligencia, transformadoras constantes de su entorno y su propia vida en arte. Además de recuperar su historia familiar y sistematizar los documentos, partituras y obras de su padre, tuvo un programa en Radio Universidad, así como varias columnas de crítica artística y literaria. Sus últimas colaboraciones en el suplemento de La Jornada se llamaban “Cajón de sastre”, aunque ella quería llamarlas “Cajón desastre”, según reveló la escritora Bárbara Jacobs en su texto “Ausencia de Lya”, una suerte de adiós a la artista tras su deceso en 1988.

Al arácnido le sorprende la poca información sobre Lya Kostakowsky (1919-1988); por ello, acude al descriptivo texto de Jacobs: “Culta, inteligente, sensible, brillante. Traducía; escribía (...) No sé qué libros importantes tradujo que permitía que firmaran otros; Lya aceptaba quedar detrás de la cortina, oír un aplauso, que le correspondía a ella, dirigido a y asumido por otros”. Lya formó una pareja amorosa y artística memorable con el impar poeta, escritor y crítico de arte Luis Cardoza y Aragón, añade el escorpión.

“Parecía bailarina del Bolshói. Su porte, su delgadez, su cuello largo; el hecho de alzar siempre la barba, o de recogerse el pelo en un chongo en la nuca. Pero su movimiento obedecía más bien a la música de las ideas (...) No me consta, pero quiero creer que al sentir que moría, Lya se tomó una copa de coñac: lo hacía con tanto mundo...”, finaliza Jacobs.

El alacrán lee sorprendido la dura paradoja de lo ocurrido a la matriarca del clan, Ana Fabricant, esposa de Jacobo y madre de Olga y Lya, pues al parecer sobrevivió a toda la familia y falleció, ya nonagenaria, en un asilo en Cuernavaca.