La escuela después del Coronavirus (...aprendizajes)
""
Juan Alfonso Mejía López
juanalfonsomejia@hotmail.com
Twitter: @juanalfonsoML
El coronavirus nos sorprendió a todos, decir lo contrario sería mentir, a riesgo de parecer inocente. Como película de suspenso, cercana al drama y por supuesto con escenas de tragedia y terror, la realidad superó a la ficción. De la noche a la mañana nos recordó la vulnerabilidad de nuestras certezas, nos confrontó con nuestros miedos, retiró las caretas de otro tiempo y nos centró a todos en un sólo momento, el presente y la incertidumbre del mañana. Hoy se trata de sobrevivir, literalmente.
El ya célebre Covid-19 transformó nuestros hábitos cotidianos, tanto como los equilibrios del mundo. Se suspendieron actividades rutinarias, asistir a una oficina se volvió un lujo, comer en familia un delicioso deleite, un beso y un abrazo una bendición, y sonreír un poderoso antídoto para el espíritu. Estar juntos en una habitación pasó a ser nota mundial, como identificar los nuevos intercambios entre China y los Estados Unidos, los replanteamientos de la Unión en Europa o la forma de imaginar el mundo con energías cada vez más renovables, alejadas de la insensata insistencia del petróleo.
Sin embargo, como toda gran enseñanza de la historia, trae consigo una extraña ironía: ¿en verdad nos transformó tanto como se supone o bien, la realidad que trae consigo el cambio tiene tiempo gestándose, pero nos negamos a apreciarla? Me inclino por esta segunda hipótesis, y utilizo “la escuela” para hablar de ella, adentrándome a una más: los buenos gobiernos SÍ importan.
En estos tiempos de Covid-19 me ha tocado escuchar un poco de todo. Cuando se me da oportunidad, me sumo al debate esperando enriquecer los elementos que a todos nos conduzcan a un punto de entendimiento. También me ha tocado explicar y explicarme, lo que disfruto y hago como parte de mi rol como autoridad, pero también porque creo firmemente en la contraposición de ideas; sólo se genera comunidad desde la diferencia.
Entre los señalamientos más comunes están: 1) los aprendizajes, ¿aprenderán los niños y niñas a distancia?; 2) la evaluación, ¿cómo van a evaluar a los niños y jóvenes si no están en la escuela?; 3) los padres de familia, “no es que no quiera ayudar, en ocasiones no puedo; en otras es demasiado trabajo, no soy maestro, y el saldo del teléfono no alcanza”; 4) la función social de la escuela puede ser incomprendida, ¿da lo mismo seguir adelante que dar por concluido el ciclo escolar?; 5) maestros y familias, “los niños extrañan mucho a sus amiguitos y su escuela”, entre otros.
Las expresiones de coyuntura merecen ser revisadas, una y otra vez, sobre aspectos que nuestro sistema educativo ha gritado desde hace tiempo. Me explico.
Primero, si algo caracteriza al sistema educativo, son sus inequidades. Sé que ahora, por razones obvias, la tecnología registra la mayor de las atenciones, sin embargo, es sólo una expresión de las diferencias; las inequidades son mucho mayores: baños, salones, techumbres, espacios y un larguísimo etcétera. Nuestros niños y niñas no merecen tener escuelas pobres, para pobres; la escuela no debe ser reflejo de lo que somos, lejos de ello, merece ser el origen de lo que soñamos ser. Esta realidad no ha sido nueva para nuestras escuelas, quizás a los ojos de otros que no miraban “mucho para acá”, pero que nuestros docentes están acostumbrados a combatir; de hecho, más de la mitad de ellos se desempeñan en zonas consideradas como marginadas en Sinaloa.
Segundo, la riqueza de una escuela, como la de la comunidad educativa en su conjunto, está en su capacidad para aprender sobre sí misma. La escuela que queremos está definida por su contexto; es la realidad de nuestros niños la que por definición representa la primera de las barreras para al aprendizaje que debemos sortear. Cuando iniciamos esta pandemia, durante las semanas del 23 de marzo al 3 de abril, nuestros docentes lograron dar seguimiento sistemático a 74 por ciento de sus alumnos; este porcentaje el día de hoy ronda entre el 90-94 por ciento. Para llegar aquí, se tuvieron que tomar en cuenta estrategias diferenciadas, desde un teléfono, una tablet, computadora, radio, televisión (cadena nacional y luego local, hasta cuadernillos). Hemos ido aprendiendo poco a poco, conscientes de que nos enfrentamos a 200 años de historia bajo el formato de escuela presencial.
Tercero, la escuela tiene una función social por excelencia, que en ocasiones se olvida o infravalora. Hoy por hoy, los maestros y maestras no sólo han estado “al pie del cañón” para sus alumnos, lo han estado para la sociedad en general. En medio de incertidumbres, como los alcances de la pandemia, la difícil situación económica de la gente o el agravamiento social en los hogares, los maestros han salido a decir “calma”: “vamos a terminar el ciclo escolar y lo vamos a terminar bien”. Sé que para muchos hogares no ha sido una tarea sencilla, pero tomo como referencia las distintas conversaciones que diariamente sostengo con comunidades educativas, incluidas madres de familia, y nunca nadie me ha dicho que prefiere rendirse; su maestro (a) tampoco.
Cuarto, la mejor herencia de la pandemia será la generación de la ruptura. Una generación tiene un “aire de familia”, no se identifica por una cuestión de edad, mucho menos de género, religión o preferencia política. Toda generación comparte una actitud. Esta generación de trabajadores, profesionistas, madres de familia, agricultores, comuneros, maestros, enfermeras, albañiles, jornaleros, estudiantes y un larguísimo etcétera, aprenderá, cada vez más y cada vez mejor, que para estar bien nosotros, primero tiene que estar bien “el otro”. Si algo nos ha caracterizado como sociedad, es nuestra indiferencia frente “al otro”, lo que nos es “común” a todos, el bien común, el bien “público”. Queremos escuelas para la libertad; hombres y mujeres que inculquen y lo cultiven, sólo por el gusto de hacer-lo “bien”.
Ninguno de estos cuatro elementos señalados es nuevo, todo lo contrario, pero no les prestamos demasiada atención. Estamos a tiempo de hacerlo. Después del coronavirus, la escuela es nuestro mejor proyecto social; siempre ha estado ahí, pero es urgente aprender a mirarla con otros ojos.
Que así sea.
PD. Gracias amor, gracias nenas, por amar, por estar, por no dudar...
Gracias madre, por siempre estar, siempre mi madre...
Gracias, simplemente gracias a todas y todos...
Que hermosa felicidad, saberme y reconocerme tan vulnerable para venir a caer en sus brazos.