La embajadora, García Luna y los presidentes
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@JorgeGCastaneda
La entrevista dada por Roberta Jacobson, ex Embajadora de Estados Unidos en México, a la revista Proceso, la respuesta de Felipe Calderón a la misma entrevista y la reacción de López Obrador a todo el sainete, agregan tres piezas interesantes, no necesariamente trascendentales, al expediente del caso García Luna.
Jacobson, de manera en parte incomprensible, señala que por un lado el gobierno de Estados Unidos estaba informado sobre la supuesta corrupción de García Luna, pero, por el otro, no de sus vínculos con el narcotráfico. Calderón desmiente a la Embajadora, alegando que él no sabía nada, que si los norteamericanos supieron algo, debieron haberlo dicho, y López Obrador dice que el juicio a García Luna es un asunto interno de Estados Unidos, de esos que a él no le gustan.
Bien. He escuchado en estos meses, de varias voces análogas a la de Jacobson, que las autoridades estadounidenses siempre pensaron -que no es lo mismo que saberlo a ciencia cierta- que García Luna era corrupto. Por mi parte, consideré desde 2007 que la corrupción en su caso era lo menos; lo esencial, y repugnante, era su conducta en la AFI y después en la guerra de Calderón, que denuncié desde los primeros días del gobierno de Calderón. Es falso, como regla general, que Washington trata con quien ocupa un cargo, sea corrupto, asesino, o violador. Cuando le conviene, plantea un problema al gobierno en cuestión: “fulano de tal es un corrupto, quítalo porque no podemos trabajar con él”. A menos de que otros factores sean prioritarios.
Parafraseando a Roosevelt, a propósito del primer Somoza: “Mengano será un hijo de puta corrupto, narcotraficante o pedófilo, pero es nuestro hijo de puta”. Recomiendo la serie Narcos/México 3 o las memorias de Miguel de la Madrid para quienes deseen ver cómo se las rascan los estadounidenses cuando buscan la cabeza de un funcionario mexicano.
Las afirmaciones de Jacobson, corregidas y aumentadas en dos ocasiones, y a pesar de su relativo cuidado, no se sostienen, sobre todo si uno recuerda que en diciembre de 2012, la Embajada de Paseo de la Reforma le entregó una llamada visa Einstein a García Luna, aunque ya no debían colaborar con él. Jacobson lo sabía, pero el corresponsal de Proceso omitió preguntarle algo al respecto.
Calderón, por su parte, repitió lo que ha dicho desde la detención de García Luna en Estados Unidos. Él no sabía nada y su amigo policía merece un juicio imparcial. Tampoco se sostienen esas declaraciones, ni lo que añadió en su respuesta a Jacobson: si no confiaban en García Luna, ¿por qué no le dijeron? En parte, porque la relación entre Calderón y el entonces Embajador norteamericano, Carlos Pascual, se había deteriorado a tal punto que finalmente el Presidente mexicano pidió su retiro. En parte, porque varias denuncias interpuestas contra García Luna fueron desechadas por la Secretaría de la Función Pública. En parte, porque la defensa incondicional de Calderón de la actuación de García Luna en el caso Cassez volvía inútil cualquier gestión de esa naturaleza. Y por último, tal vez sí le dijeron a Calderón, pero ese chisme aún no se ventila…
Finalmente, López Obrador. Es aberrante afirmar que se proceda en Estados Unidos, sin que siquiera se le acuse de nada en México. Santiago Nieto reveló en una insólita entrevista a El País que ya se entregó a los fiscales de Nueva York una buena cantidad de documentos y datos sobre las cuentas y las transacciones de García Luna, que surgieron a partir de las investigaciones realizadas a Eduardo Medina Mora, ex Procurador de Calderón, ex Embajador en Washington de Peña Nieto, ex Ministro de la Suprema Corte. ¿Por qué no se abre una investigación contra García Luna en México, se le fincan responsabilidades penales, y se solicita su extradición? Washington nunca la cederá, pero por lo menos quedará en el expediente…
En una palabra, un gran tiradero. Pero que afecta mucho al País. Cuando pase la pandemia, y arranque el juicio de García Luna en Nueva York, veremos cómo y hasta dónde. Las declaraciones no son la última piedra que cae en el frágil tejado mexicano.