La dominante realidad de la narcocultura. Encomio a los capos y la moda ‘buchona’

Alejandro Sicairos
11 octubre 2022

Habíamos dicho en grito colectivo, no al unísono sino con la unanimidad de los deudos e historias de las víctimas, que nunca más un Sinaloa que se aferre a la violencia como destino y normalización del dolor, las romerías fúnebres de inocentes y la ausencia de ley como cierre dantesco de tragedias obligadas por el bando de los bárbaros. Pero al irnos a dormir nos arrulla un corrido que enaltece la vida y obra de algún narco, y despertamos entre azorados y divertidos por la fiesta que retoma la moda “buchona” como ejemplo a seguir, sin quedarnos otra opción que la de resolver el dilema de si eso somos en realidad o es posible otro modo de vida.

Apabulla la tonada dedicada al capo mientras la imagen de éste abarca varios metros cuadrados de pantallas, la imitación de coloridas camisas en tela de crema de seda, torzales de oro de 24 quilates y rifles de asalto, en refuerzo del pleonasmo de las camionetas de lujo de doble tracción, motores que rugen exigiendo la vía pública libre y ametralladoras cuyos cañones asoman por las ventanillas de las trocas como el formidable desbloqueador de vialidades ordinariamente congestionadas. Ah, y las narrativas del streaming que vienen a ocupar el imperio del amarillismo con sorbos de nota roja que lo salpican todo de sangre.

Y como si no bastara, los principales medios de comunicación difunden la noticia cuyo origen es el hackeo a archivos de la Secretaría de la Defensa Nacional que realizó el grupo Guacamaya Leaks, que resalta la procedencia de Sinaloa de la mayoría de cargamentos de fentanilo que son transportadas a través del sistema de aeropuertos mexicanos, ni más ni menos 20 mil 425 piezas de esta droga sintética que salieron de las terminales aéreas locales entre el 1 de diciembre de 2018 y el 29 de febrero de 2020.

¿Es la vida común de la tierra de los 11 ríos frente a la cual resulta absurda la capacidad de asombro? Sí y no. Los corridos la presumen como manejo frívolo del jet set del narco y no faltará quien desde la infancia o la vejez aspire a ser parte de dicha escala social donde la bonanza transita veloz a la crueldad y tiene a la muerte como última parada, obligada. El Gobierno convoca a darle vuelta a la página mientras en capillitas del poder público se le rinde culto a lo “buchón” o se acude al fingimiento de no ver ni oír los estruendosos panegíricos del hampa.

Siendo así, la hipocresía del servicio público y la empatía ciudadana con facinerosos superhéroes, vuelven difícil transitar del “triángulo dorado” del narcotráfico al “triángulo de la gente buena” porque a los pacíficos se les induce que también existe ese modo de bienestar que permite los capitales ilegales del trasiego de drogas. Vivamos felices, a como sea, es la consigna federal.

Como siempre andamos en busca de antídotos, de remedios milagrosos y placebos que aminoren la capacidad de aterrorizarnos, acudimos a reliquias delincuenciales que quizá logren el prodigio de distraernos de otra autenticidad fehaciente (la de los supermercados donde el salario lícito no alcanza y de las mesas racionando la canasta básica para estirarla a 15 días), qué importa si tal blasfemia nos arrastra hacia la duda de si las narcohazañas apologizadas por los modernos juglares es la vía a elegir. No vaya que sea la inmensa mayoría de sinaloenses la que viva en el error.

Pues que toquen, entonces, las rolas que extasían a los pistoleros y contagian a las masas que ni siquiera forman parte de ese mundo reservado para el disfrute de la gente alterada por la referencia al universo que le es ajeno. Corran a las boutiques a comprar las prendas relumbrantes, cintos piteados, joyas para el espejismo, llenar las cajas de las camionetas con cerveza y deambular por las calles tomando como trofeo de caza al que ose sonarles el claxon.

Aquí no pasa nada. Qué influencia puede tener todo esto en un niño que es apabullado por la abundante parafernalia del narco y ve en casa que el pago por el esfuerzo legítimo alcanza para maldita la cosa. Quién cree que un joven con título profesional en mano recorriendo sin éxito los centros de trabajo se va a dejar seducir por la oferta de trabajo criminal bien pagado y socialmente aceptado. Cuál jefe de un hogar en la desesperación de la inopia familiar va a voltear hacia esa otra alternativa de soluciones mágicas y al mismo tiempo trágicas.

De esta realidad nos desentendemos, Gobierno y sociedad, cuando lo que deberíamos desechar es el esquema de simulaciones y fingimientos que cada día nos acerca más a las fauces del salvajismo con la marcha a veces desconsolada y otras lúdica en cuyo punto final ya no existe la esperanza. Es que habíamos creído que el 17 de octubre de 2019 era el fondo de la escalada criminal y que a partir de allí comenzaríamos a instalar las posibilidades y capacidades de escapatoria.

No sucede así. Los cantores del narco, los émulos de la “buchón’s fashion” y la estandarización de los modos criminales para mimetizarlos en un todo terrible, se encargan de decirnos que los sinaloenses no construimos en unanimidad las rutas de evacuación. Al contrario, nos adentramos suicidas en los métodos, miedos e infiernos que se ofrecen los narcos como último reducto del conformismo.

Nomás nos queda el lamento,

Por ir en la ruta errada.

Y aceptarles un ‘lo siento’,

A los que jamás sienten nada.

Días después de la violencia desbordada referenciada como “Culiacanazo” o “Jueves Negro” un sector numeroso de ciudadanos salimos a las calles en aquella marcha reseñada como “Culiacán Valiente”. Tres años después de que un segmento del Cártel de Sinaloa salió con sus gatilleros y arsenales a evitar la detención de uno de sus líderes, Ovidio Guzmán López, sigue viva la aspiración de paz duradera, resiliencia y reconciliación que se manifestará con el concierto Kétche Alheyya que contará con la presencia del pacifista internacional César López, quien ha creado la escopetarra (arma de fuego modificada para convertirla en una guitarra eléctrica) como símbolo del movimiento de construcción de una sociedad no violenta.