La disciplina ciudadana: cuidarnos unos a otros, todos y todas

Tomás Calvillo Unna
19 marzo 2020

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SinEmbargo.MX

 

“El mal que existe en el mundo proviene casi siempre de la ignorancia, y la buena voluntad sin clarividencia puede ocasionar tantos desastres como la maldad…
…Yo no creo en el heroísmo; sé que eso es muy fácil, y he llegado a convencerme de que en el fondo es criminal, lo que me interesa es que uno viva y muera por lo que ama…”

La Peste. Albert Camus


Las redes se han convertido en una atmósfera cultural decisiva que afecta la toma de decisiones de los habitantes en la mayoría de las naciones. Así es común advertir diferentes respuestas a un mismo problema en distintos países en tiempo real.

El horizonte cultural se dilata y se enriquecen las posibilidades, particularmente en fenómenos que afectan el devenir de las comunidades. Desde esta perspectiva, las políticas nacionales son cada vez más porosas, y quiéranlo o no interactúan con los sucesos de la arena internacional.

Ante la parálisis del Gobierno federal, los ciudadanos y algunos gobiernos locales y estatales (así como empresas) tomaron medidas frente a la amenaza de la pandemia, adelantándose a las autoridades que se asientan en la Ciudad de México.

Al umbral de la pandemia del coronavirus, los testimonios de los primeros ministros de Singapur y de Canadá, contrastan con el discurso del Ejecutivo en México; y la brecha entre ellos se convierte en un abismo cuando se palpa la realidad de millones de ciudadanos, que deben tomar decisiones contundentes sobre su cotidianidad para proteger su salud y la de los suyos.

Los diferentes contextos se simplifican, y son uno mismo ante la velocidad de la información en la dimensión cibernética; ignorar todo ello advierte de un extravío riesgoso que pretende evadir la compleja y demandante realidad del presente.

La 4T se está jugando su destino en esta emergencia, que no es sólo nacional, sino mundial.

Tal vez sea el aislamiento conceptual político en que se ha encaminado el País en los últimos meses, lo que explique la ceguera y sordera de lo que sucede en el entorno internacional respecto a la pandemia del coronavirus. Lo cierto es que los ciudadanos son actores activos de información del internet y no solo oyentes pasivos de las llamadas “mañaneras”; el balance hasta ahora de esta crisis de salud deja muy mal parado al Gobierno de la República.

El encierro mental ideológico ha impedido medir los tiempos de una emergencia que obliga a replantear la rutina de un país de 130 millones de habitantes (más los que precise el INEGI), así como la reestructuración económica que requiere focalización al sector salud y articular con el sector privado la seguridad financiera para solventar un paro forzado que afecta a millones.

Otros países en esa dirección se están moviendo. Lo que queda en evidencia es que las decisiones de los últimos meses (el desprecio por los movimientos sociales como el de la Paz con Justicia y Dignidad; el inmenso y contundente de las mujeres; los ecologistas y otras organizaciones autónomas) han debilitado el potencial de una coalición social en torno al Gobierno federal, debilitando sus capacidades y quedando así subordinado al gran capital que retóricamente ha vapuleado día a día; prácticamente ante las actuales circunstancias, su suerte depende de que esos enemigos -dínamos del neoliberalismo-, respalden lo que resta de su gestión.

Gran parte de las estratégicas clases medias se han distanciado de sus decisiones, e incluso no tardarán en construir nuevas opciones políticas que puedan permitirle al estado y a la sociedad encontrar un mejor equilibrio en todos los órdenes, y la cohesión de la Nación que la República requiere en los tiempos por venir.

Si el movimiento de las mujeres rebasó por la izquierda-centro-derecha al Gobierno y su narrativa, lo que vivimos en estos días puede traer consecuencias políticas más que dramáticas. Tomar conciencia de ello sería un primer paso para enderezar la nave antes de que sea muy tarde; los costos ya serán altos y graves, pero aún se está a tiempo.

Cuando ya no se cree en la palabra que se escucha, la distancia se vuelve prácticamente insalvable, lo grotesco comienza a definir la comunicación y no tardan los desenlaces dolorosos en redactar un guion: cuyo monólogo define la trama de una historia de alienación.