La desaparición...
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“Como era su costumbre, Jesús salió a su trabajo. Se despidió cariñosamente de su esposa, pero horas después el habitual ¡Ya regresé! No se escuchó y empezaron los cuestionamientos acerca de su paradero y el inicio de una larga zozobra para los suyos”.
De unos cinco años a la fecha, Hospice me ha permitido participar en un acto anual de recordatorio, en el cual, se reúnen familiares y amigos de gente que cerró su ciclo de vida y que en sus últimos días, recibió el apoyo del personal que participa en Hospice, la asociación civil que de alguna manera, ayuda a bien morir a los asistidos por ellos y a procurar un cierre de duelo de los familiares, a través de terapias sicológicas en las cuales juega un papel importante la tanatología.
Hospice es una agrupación civil, única en su género a nivel nacional, que también ofrece gratuitamente servicios y mobiliario hospitalario básico a quien se lo requiera y vive de la buena voluntad de mucha gente que aporta tiempo y conocimientos, o bien, que entrega donativos en especie o en dinero y hasta el sexenio pasado, recibía una contribución del gobierno federal, la cual, les fue retirada por el sospechosismo de la administración actual. Sin duda, un desacierto de la autoridad que mantiene en vilo la operación de Hospice y de otras tantas agrupaciones ciudadanas fundadas para llevar alivio al prójimo.
Las personas que participan en el recordatorio referido, son gente que tuvo oportunidad de darle sepultura a los suyos y tarde que temprano, encontrarán resignación a su pena, entendiendo que la muerte es parte de nuestro ciclo de vida.
No vivirán el resto de su existencia sin saber el paradero de los suyos, tal y como les sucede a los familiares de los que son víctimas de desapariciones forzadas, quienes entran en una especie de pesada agonía, sumidos en la incertidumbre que les retumba en su interior, provocada por las puntillosas preguntas sobre qué fue lo que pasó con los suyos, y siempre con la esperanza de encontrarlos, preferentemente vivos.
“José disfrutaba de la fiesta familiar sabatina, cuando de pronto, la alegría del grupo fraterno fue interrumpida por unos agresivos hombres que se lo llevaron violentamente, dando pie al inicio de un largo camino de sufrimiento para su núcleo familiar”.
Se estima que a nivel nacional, se tienen registradas poco más de 40 mil personas desaparecidas de distintas edades, a las cuales, hay que agregarle alrededor de 30 mil restos humanos no identificados, y los cientos de casos que no son denunciados por los familiares, bien sea por la desconfianza en las autoridades receptoras, por temor a represalias, o tal vez, por conocer los malos pasos del raptado.
Los números que se citan, vienen acumulándose desde el año 2006 a la fecha y su incremento es uno más de los impactos derivados de la impunidad que priva en el país.
Pese a las alarmantes cifras, estas no alcanzan a sensibilizar a las autoridades; son datos que ratifican el hecho de que el sistema gubernamental está rebasado por la delincuencia organizada en sus diversas variantes, entre ellas, la trata de personas. Ni tan siquiera se han establecido protocolos de reacción inmediata en la atención de las denuncias.
“María, la agraciada estudiante caminaba rumbo a su escuela, acompañada de unas amigas, y de pronto, el alegre parloteo juvenil tornó en gritos de desesperación cuando unos desconocidos la subieron a un automóvil, que partió cual ventarrón intempestivo que la arrastró hacia un destino impredecible, tal vez, lleno de abusos derivados de la explotación sexual”.
La desaparición de personas es otro de los flagelos que mantienen en vilo la tranquilidad ciudadana y ante el cual, le autoridad está rebasada; y lo que es peor, luce acorralada e incapaz de hacer planteamientos efectivos para marcarle el alto y demostrarnos que la intentona de limpiar al sistema, empieza a funcionar. ¡Buenos días!