La cura contra la locura
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@oscardelaborbol
SinEmbargo.MX
Si existiera un termómetro para medir la estabilidad mental de las personas y, con solo echar un ojo a la temperatura marcada, supiéramos cómo andan, hoy, seguramente, el reactivo nos revelaría un elevado nivel de trastorno social. El encierro ha provocado que abandonemos muchas de las rutinas que nos mantenían estables, contenidos. Y si a esto sumamos el permanente temor al contagio y, sobre todo, haber suplantado la realidad por lo que aparece en una pantalla, resulta que el tradicional equilibrio que nos mantenía dentro de una conducta civilizada se ha roto. Creo que hoy, mínimamente, todos estamos un poco más locos.
Nadie deserta del mundo real impunemente. Nadie se encierra durante semanas en su casa sin pagar las consecuencias de la exclusión y más, cuando el encierro nos encara a una ventana de pixeles que nos sobreinforma. Porque no sólo están trastocados los horarios haciendo que despertemos a la una de la tarde, o los hábitos de higiene que nos invitaban de modo espontáneo a acicalarnos, sino que ciertas habilidades, como el trato personal con los demás, o algo tan simple como escoger uno mismo la fruta que consume, han quedado en desuso. Y, por el otro lado, hacia adentro de nuestras casas, la convivencia ininterrumpida con nuestros familiares, la encerrona con quienes comparten nuestro techo, ha permitido que nos enteremos de facetas de ellos y de nosotros que desconocíamos. Qué laberíntico es el espacio de una casa, por muy grande o chica que sea cuando, por más que lo recorramos una y otra vez, no encontramos un sitio donde haya eso que se llamaba aire fresco.
Este encierro no sólo implica un “quedarnos en casa” y ya, sino un quedarnos con la taladrante conciencia de que podemos contagiarnos y morir: todas las tardes asistimos a la suma creciente de los muertos, al avance de la pandemia por el mundo y, por ello, los efectos en nuestro equilibrio emocional son fuertes y nuestro desbalance pronunciado.
Hay, sin embargo, un feliz componente que siempre nos ha dado oxígeno como pueblo, que es un factor decisivo de nuestra idiosincrasia: el desmadre. Este elemento, tan negativo en muchos aspectos, pues es el fondo de nuestro ahí-se-va, de nuestro ni-modo, de nuestro qué-tanto-es-tantito, puede ser hoy el antídoto contra la locura. El no tomarnos las cosas tan en serio puede ser la cura contra la locura.
Hoy estamos encerrados, sí. Pero saldremos de este encierro y de esta situación desquiciante, que he intentado bosquejar. Veo con optimismo el mañana, pues, mis esperanzas están puestas en “la vida no vale nada”, en “si me han de matar mañana que me maten de una vez” y en algo que merecería un monumento: la manera en la que siempre nos hemos referido a la muerte hasta volverla una caricatura.