La catástrofe opositora
La derrota ante Morena de cuatro de seis gubernaturas, sobre todo por paliza de dos a uno y hasta de tres a uno, es para todos los partidos de oposición una involución contundente, pero perder la Presidencia de la República, el Congreso y 22 gubernaturas en sólo cuatro años, de 2018 a 2022, es una catástrofe insólita.
En ese breve lapso, Morena cambió radicalmente el mapa político del país que hegemonizó el PRIAN con el pacto de Carlos Salinas con el PAN y que implicó un ciclo de cogobierno de tres décadas (1988-2018), con un mismo modelo político y económico, que se cerró con Enrique Peña Nieto y su Pacto por México.
Hasta antes de la elección de 2018, PRI, PAN y PRD tenían la Presidencia de la República, gobernaban los 32 estados y tenían mayoría calificada en las Cámaras de Diputados y Senadores, con todo el poder para reformar la Constitución, como lo hicieron.
De todo ese inmenso poder constitucional, al PRIAN le quedan sólo ocho gubernaturas y una minoría en el Congreso.
Esa misma tendencia apunta a que, el próximo año, al menos el Estado de México, entraña de uno de los priismos más corruptos del país, sea conquistado también por Morena y sus aliados.
En contraste, Morena pasó de no tener nada en 2018 a ganar la Presidencia de la República con Andrés Manuel López Obrador, la mayoría simple en las dos cámaras del Congreso, 19 congresos locales y cinco gobiernos estatales: La Ciudad de México, Veracruz, Tabasco, Chiapas y Morelos.
Ya con López Obrador como Presidente de la República, Morena triunfó en 2019 en Baja California y Puebla; en 2021 conquistó 11 gobiernos estatales, y este domingo 5 otros cuatro, para sumar 20 con una población gobernada de más de 70 millones de personas.
¿A qué obedece este cambio tan radical en la correlación de fuerzas políticas? Para los dirigentes partidistas y la opinocracia hegemónica en los medios de comunicación, los triunfos de Morena se sustentan en las dádivas del Gobierno federal, en la ignorancia y en el rencor de los pobres y hasta en acuerdos con el narcotráfico de López Obrador, cuyo populismo está dejando en ruinas al país.
Pero esta narrativa de los partidos de la coalición Va por México y del partido Movimiento Ciudadano, que insiste en que López Obrador es el PRI de los setenta que quiere imponer una dictadura, no se ve que sea creíble más allá de ciertos círculos y, si se toman en cuenta los resultados en cuatro años, tampoco sirve para ganar elecciones.
Por otra parte, Morena y sus aliados tampoco son invencibles y la prueba es que la coalición del PRIAN retuvo Aguascalientes y Durango. No sólo capitalizó las fuerzas que ambos partidos tradicionalmente han tenido en esos estados, sino también las divisiones internas y la trayectoria en el estado norteño.
Salvo Baja California, que la retuvo, Morena no ha sido expuesta a la evaluación ciudadana en ninguna gubernatura y las siguientes elecciones en el Estado de México y Coahuila tampoco ocurrirá, pero en 2024 se elegirán, además del Presidente de la República y el Congreso, ocho gubernaturas, cinco de ellas en manos de ese partido.
Ya sin López Obrador en la boleta, los gobiernos de la Ciudad de México, Veracruz, Puebla, Tabasco y Chiapas serán evaluados y estos estados, con las que se inició la hegemonía actual de Morena, pueden ser también el inicio de un cambio de rumbo con base en el voto de los ciudadanos, como hasta ahora ha ocurrido.
Porque los verdaderos protagonistas de este cambio pacífico en México son los ciudadanos, que ponen y quitan. ¿O a poco son las autoridades electorales que están en manos de Morena? No, son los ciudadanos los que ayer hablaron y los seguirán haciendo. ¿No es esto la democracia?