La buena fortuna

Pablo Ayala Enríquez
28 diciembre 2019

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pabloayala2070@gmail.com

Por la fecha en la que nos encontramos, el Presidente de la República, si no lo hizo ya, seguramente está por concluir el recuento de los claroscuros de su primer año de gestión. Buena parte de lo logrado es producto del dominio del oficio; un animal político como López Obrador, tiene perfectamente claro el teje y maneje de lo que se requiere para gobernar un País tan complejo como el nuestro. Sin embargo, tampoco se puede negar que dichos logros han sido el producto de la buena fortuna, la buena suerte, la chiripa, esa que se hace presente cuando nadie le llama.

Piénselo con calma y verá que algunos sucesos de este primer año de gestión han sido tocados por la buena suerte; la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) o la reciente subida del 30 por ciento al salario mínimo son prueba de ello. De ahí que, sin temor al equívoco, podemos decir que en la construcción de la república amorosa y feliz de López Obrador se suman el oficio de político y la fortuna, como en su momento dijo Aristóteles. Me explico.

En la Ética a Nicómaco, describiendo algunos de los factores que determinan la realización de nuestra felicidad, Aristóteles señalaba lo siguiente: “Las palabras dichoso y afortunado pueden tomarse en muchos sentidos; por ejemplo, el que ha llegado a ejecutar un hecho bueno, haciendo todo lo contrario de lo que quería puede pasar por un hombre dichoso, por un hombre favorecido por la fortuna. También puede llamarse dichoso al que debiendo esperar con razón un daño de lo que hace le ha resultado sin embargo un provecho”.

Abundan los casos donde la fortuna se impone. Hay quien, consciente del daño que trae para su salud, fuma despreocupadamente como chacuaco y llega radiante y saludable a los 90 años sin mayor problema; por el contrario, hay quien se cuida como monje tibetano y muere antes de los 50 por un ataque fulminante al corazón. De ahí que, continúa Aristóteles, “debe entenderse que hay favor de la fortuna cuando se obtiene un bien con el que no se podía razonablemente contar, o que no se experimenta un mal que se debía razonablemente sufrir. [...] El hombre favorecido por la fortuna es el que, sin una razón suficientemente ilustrada, va en busca de bienes y los encuentra”.

Un ejemplo de favor con el que la fortuna premia a López Obrador lo encontramos en la firma del TLCAN. Los pronósticos no eran del todo alentadores; por el contrario, el escenario que se estaba configurando auguraba el fracaso de la negociación: Donald Trump atravesaba por uno de sus momentos políticos más oscuros (el juicio político para hacerlo renunciar al cargo de Presidente), el senado norteamericano extremadamente dividido, la economía global contraída, una parte del empresariado mexicano en contra de la política económica de AMLO y una negociación que se había venido posponiendo por distintos factores. En otras palabras, el horno no estaba para bollos y, con todo, la firma del Tratado se dio abriéndose con ello un sinnúmero de oportunidades económicas para México y políticas para López Obrador.

Y, caprichosa como es, porque la diosa fortuna se portó generosa, el incremento del 30 por ciento al salario mínimo se dio sin aspavientos enconados, sin gente de uno u otro bando en las calles, sin reclamos agrios por parte del empresariado, sin empresas detenidas; la noticia se dio y recibió con buen ánimo, como otro de los beneficios que venía de la mano con la firma del TLCAN.

Por casos como estos es que Aristóteles afirmó que “la fortuna no puede confundirse con la inteligencia, ni con la recta razón, porque en estas reina la regularidad no menos que en la naturaleza; las cosas en ellas son eternamente las mismas, mientras que la fortuna y el azar no tienen aquí cabida. Y así donde reinan más la razón y la inteligencia, allí es donde hay menos azar; y donde aparece más azar hay menos inteligencia”. Por más inteligente que AMLO resulte para unos, el caldo de cultivo de factores que rodeaba a la firma del TLCAN era cualquier cosa menos algo halagüeño. Tampoco podemos atribuir a su “recta razón” el éxito de la negociación ya que, como su homólogo Trump, un día dice una cosa y al otro se contradice. Con frecuencia sus emociones y lengua le traicionan, de ahí que, aunque a algunos les resulte chocante o lo nieguen, la firma del Tratado estuvo bastante salpimentada por la fortuna.

Y en todo esto no hay nada de malo, porque, continúa Aristóteles, “se cree que la vida dichosa es la vida afortunada, o por lo menos que no hay vida dichosa sin fortuna”. Andrés Manuel López Obrador es un hombre afortunado. Hay quien monta un circo y le crecen los enanos; pero en el caso del Presidente la cosa es diferente. Piense usted en la desgracia de Tlahuelilpan. Con más de 150 personas muertas y cientos y cientos de heridas, sobra quienes habrían justificado y exigido su destitución, pero nada, sucedió todo lo contrario: la popularidad y confianza en AMLO aumentó. La historia pudo haber sido completamente al revés; durante las gestiones de Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto jamás se habló de huachicoleo, y a López Obrador le toca la explosión en su primer mes como Presidente.

Otro guiño de la fortuna fue bien recibido en su momento por Felipe Calderón; sin advertirlo o proponérselo, el precio internacional del petróleo registró una subida repentina provocando que la economía mexicana repuntara. No hubo mérito, inteligencia o recta razón de por medio, simplemente las cosas se dieron, así como sucede cuando la buena fortuna se empeña en ello.

Así, se tiene o no se tiene buena fortuna. Hay cosas a las que podemos aplicar con más propiedad la palabra buena fortuna, dice Aristóteles; “y así decimos del hombre que tiene un nacimiento ilustre, y en general del que obtiene bienes que no dependen de él, que le ha favorecido la fortuna”. Quien nació en el seno de una familia ultrarica no hizo nada para merecerlo; simplemente las cosas se dieron. Lo mismo en sentido contrario, se puede nacer en una chabola mísera, sin que dicha situación dependa de la persona. Por ello, continúa nuestro autor, “la prosperidad y la fortuna consisten en cosas que no dependen de nosotros, de las que no somos dueños, y las cuales no podemos hacer a nuestra voluntad”.

Sin duda, la diosa fortuna ha sido benévola con el Presidente. Pero aún quedan cinco años por delante para poder levantar la república amorosa y feliz de la que tanto ha hablado. Imposible construirla sin los otros dos ingredientes de los que hablaba el viejo Aristóteles: la inteligencia y la recta razón. Sin ellos resulta imposible tener una vida dichosa; aunque a veces se asome en el camino la buena fortuna.